viernes, 12 de marzo de 2010

La hoja roja

Hacía tiempo que sabíamos que a Miguel Delibes como a don Eloy, le había salido, en el librillo de la vida, la hoja roja que señala que estamos ante los últimos papelillos. El mismo había dado por concluida su vida literaria en 1998, con El hereje por el que recibió el Premio Nacional de Literatura, si bien en años posteriores se publicaron algunas cosas, probablemente escritas antes, e incluso en un ensayo de su hijo, Miguel Delibes de Castro, La tierra herida:¿qué mundo heredaran nuestros hijos? aparecía su firma, como coautor, sin duda porque comparte, en su totalidad lo ahí expresado, siendo, como siempre fue, un amante de la naturaleza, un firme defensor de la conservación del medio ambiente, siempre desde su condición de cazador. No quiso escribir, prácticamente, nada, desde El hereje, no sólo porque su salud iba mermando, sino, probablemente también, porque todo lo que había tenido que decir la había dicho ya, y muy bien, a traves de una extensísima obra, que este que escribe puede presumir haber leido en gran parte en lo que a novela se refiere, y más de una vez. Todo es subjetivo, los gustos literarios también, y para mí Miguel Delibes es junto a Juan Marsé el gran narrador de la España de posguerra, sin pretender desmerecer, ni mucho menos, al Nobel Camilo José Cela, a José Luis Martín Santos, Manuel Vázquez Montalbán, Ignacio Aldecoa o tantos otros que ahora no recuerdo. Será su fallecimiento un excelente pretexto, para una vez más adentrarse en Castilla La Vieja y su lenguaje. Un lenguaje de envidiable simplicidad, fácilmente trasladable a imágenes lo que hizo que varias de sus novelas fueran llevadas al cine. Caben destacar además de la archipremiada, Los Santos Inocentes de Mario Camus las adaptaciones que hizo Antonio Giménez-Rico a Mi idolatrado hijo Sissí en Retrato de familia y El disputado voto del señor Cayo o la de Antonio Mercero de El principe destronado en La guerra de papá.
Descanse en paz, Don Miguel.

1 comentario:

RGAlmazán dijo...

Un escritor como la copa de la sombra de un ciprés.

Salud y República