Descansaba desde hace casi año este humilde aspirante a
aprendiz de bolchevique, con no demasiadas ganas de despertar, todo hay que
confesarlo, cuando un escalofrío de perplejidad le ha sacudido al observar la
reacción de algunos de sus compatriotas, señaladamente aquellos que se sitúan
en sus antípodas políticas, al escándalo que ha estallado, con todo lujo de
efectos pirotécnicos, mor de la feroz, hasta ahora oculta y al mismo tiempo evidente,
lucha por la hegemonía en el principal,
aunque no único, instrumento político de la derecha española.
En no pocas ocasionas tanto este humilde aspirante a aprendiz de
bolchevique como su trasunto, el espía otomano, han puesto de manifiesto las
dificultades de la derecha política española para homologarse con sus colegas
europeos, algo que ha conseguido sin demasiada dificultad la extrema derecha
española que se siente cómoda e incluso ejerce de anfitriona con personajes tan
peculiares como el polaco Andrzej Duda, el húngaro Viktor Orban o
la francesa Marine Le Pen añorantes todos, y todas, de aquella Europa
medieval que organizaba cruzadas contra los sarracenos, quemaba brujas y
herejes y lapidaba adúlteras y sodomitas con el gran tío de América, el
estrafalario Donald John Trump como líder indiscutible. En efecto,
mientras la extrema derecha cavernícola, retrógrada y reaccionaria es fácilmente
encasillable con sus iguales del resto del mundo, la derecha política que
debería ser moderna en sintonía con lo que se cuece allende de nuestras
fronteras es difícilmente comparable; sin ir más lejos, mientras la CDU alemana,sin
complejos de ninguna clase mantiene, sostiene y alienta un cordón sanitario que
aisla a Alternative für Deutschland , nuestra derecha política, que
gusta autodenominarse centro derecha, no pone reparos en aprobar presupuestos
con el apoyo de la extrema derecha en algunas de las Comunidades que gobierna.
La derecha real, la de verdad, la que no se presenta a
elecciones, a cuyos miembros más importantes ni siquiera conocemos, lleva
décadas intentando construir un sujeto político que le sea útil. Ellos, que
antes de la muerte del dictador ya habían dado un paso adelante para modernizar
un capitalismo español lastrado por inviables propuestas autárquicas de origen
azul mahón, a la muerte del general Franco intentaron desde el propio
entramado del Movimiento Nacional crear una fuerza política útil, la
UCD, con un hombre procedente del régimen, Adolfo Suárez, como
indiscutible muñidor y protagonista. Aquella fuerza estalló como consecuencia,
entre otras cosas, de la fragilidad de su gestación. El gran líder de la
derecha española más identificable como tal Manuel Fraga también fue
obligado, por esa derecha real, a aggiornar su Alianza Popular, a
dar un paso atrás para que naciera el que hoy conocemos como Partido Popular.
Y no han sido los únicos intentos de generar una fuerza política de la
derecha moderna, en los años ochenta, antes de la transición de Alianza
Popular a Partido Popular y al constatarse que Fraga tenía un
techo electoral que hacía imbatible a Felipe González se urdió la
llamada Operación Roca con el nacionalista de la derecha catalana Miquel
Roca i Junyent como actor principal. La operación fracasó, entre otras
razones, porque el conjunto de la sociedad española no estaba preparado para
entregar el timón de la nave a un nacionalista catalán, por más que aquella Convergència
i Unió no tuviera, ni por asomo, el proyecto claramente independentista que
hoy tienen sus sucesores. La creación del Partido Popular con la llegada
de José María Aznar a la presidencia, primero del Partido y luego del
Gobierno parecía haber generado una fuerza política de derecha moderna. Fueron
los tiempos en los que se fraguaron los pactos con el President Pujol
para asegurar la estabilidad parlamentaria, los tiempos en los que, sin
ninguna clase de pudor, se refería al Movimiento Vasco de Liberación en
el marco de la posibilidad de entablar algún tipo de negociación con ETA.
Sin embargo, la presión de la parte más retrógrada y reaccionaria de la
formación, que acabaría pariendo VOX y los innumerables casos de
corrupción que han salpicado al PP pusieron contra las cuerdas el
proyecto. En esta situación de gran dificultad para el Partido Popular, con
el que se había sido su vicepresidente económico entrando en prisión, y junto a
él el que había sido presidente de la Comunidad de Madrid y otros altos cargos,
se puso en marcha, desde un movimiento gestado exclusivamente en Cataluña, con
unas características muy definidamente catalanas y que tienen que ver con lo
que ellos llamaban la hegemonía cultural catalanista, el enésimo intento
de generar una derecha política moderna y liberal. Ciudadanos. El
proyecto, está muy reciente, fracasó por la megalomanía de su presidente y
fundador que, convencido de que estaba llamado a ser presidente por su cara
bonita construyó una estrategia que nadie, puede que ni él mismo, acabó de
entender.
Y llegados a este punto, con la parte más reaccionaria
desgajada para seguir su propia ruta ultraderechista y sin la amenaza de que
otra fuerza política le disputara el espacio más centrista pudiera
pensarse llegado el momento de consolidar un proyecto político, liberal en lo
económico, firme partidario de la economía de mercado, conservador en lo
político, sin mostrarse nostálgico de un pasado a olvidar y moderado en lo
social, sin cuestionar los innegables avances en ese terreno que ha
protagonizado nuestra sociedad. Pues no.
Y aquí comienza la perplejidad del que esto escribe al
observar a un Partido Popular políticamente desnortado que en lenguaje
popular no acaba de saber si está setas o a Rolex. Igual lanza una
diatriba imponente contra la extrema derecha por boca del, hasta ahora,
presidente del partido Pablo Casado, que manifiesta su disposición a
pactar con el partido de Ortega Lara, por boca de la emergente figura de Isabel Díaz Ayuso. A día de hoy el supuesto ganador de las elecciones
de Castilla y León Alfonso
Fernández Mañueco no sabe que hacer
¿Pactar con VOX su entrada en el gobierno? ¿Pedir la abstención del PSOE?
¿Repetir elecciones? ¿Hacer el camino de Santiago vestido de fallera mayor?
La explosión de la
crisis del PP le preocupa al que esto escribe, más allá de que, a que
negarlo, esté disfrutando como un gorrino en barrizal. Si, como todo parece
indicar, la presidenta de la Comunidad de Madrid dobla el pulso al Presidente
del Partido Popular, habrá ganado una forma de hacer política en la que la
corrupción no es un elemento importante y, de hecho, a los que hoy se han
manifestado en Génova 13 pidiendo la dimisión de la dirección popular no solo
parece no importarles que haya habido contrataciones irregulares en estado de
alarma, sino que, incluso, lo aplauden. Si es la dirección del partido la que
gana, y lo dudo mucho, se habrá instalado una forma de hacer política
insustancial y contradictoria más pendiente de las políticas que generan otros
que de generar unas propias.
Pero bueno, ambos
salen tocados, y eso, en definitiva, puede ser beneficioso, o eso puede pensar
el Presidente del Gobierno.
Acabo el cuenco de
palomitas firmo y rubrico.