Me he resistido a escribir algo sobre Santiago Carrillo, fallecido ayer plácidamente mientras dormía la siesta, sin caer en la incoherencia y, desde luego, sin caer en la miserabilidad en la que lo han hecho algunos voceros de los medios de comunicación favorecidos por la designación digital de Esperanza Aguirre, de cuya marcha no he querido escribir nada porque todo lo que pienso de ella, incluida su situación personal, sería susceptible de ser considerado delito por el vigente Código penal.
Amigos muy queridos para mí insisten en que debo escribir algo y ello me lleva a hacerlo.
Desde los inicios de mi acción política, allá por los primeros años setenta del pasado siglo, me sitúe en las antípodas, dentro de la familia comunista heredera de la tradición de la III Internacional, de lo que representaba el carrillismo, que acababa de condenar la intervención del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia. De hecho, con poco más de quince años comencé a militar en el prosovietismo, muy minoritario, que dirigía quien hasta hacía poco había sido en secretario de Organiación Eduardo García. Y he sido extraordinariamente crítico con la política del PCE durante la transición, valgan como ejemplos: la asunción de la bandera bicolor monárquica, la firma de los Pactos de la Moncloa, el Si a la Constitución. En definitiva el Eurocomunismo. Todo aquello por lo que hoy es alabado Santiago Carrillo es , para mí, su aspecto más negativo para el Partido.
Sin embargo, ayer, cuando tuve conocimiento de su fallecimiento, me llené de tristeza. Primero, por encima de todo, había muerto un comunista, con el que algunos discrepamos, pero un comunista. Un camarada que había dedicado gran parte de su vida al Partido que dirigió durante un larguísimo periodo, y en una situación de resistencia y lucha muy difícil. Además, y eso hay que decirlo hoy en que se desacredita la actividad política con excesiva facilidad, el camarada Carrillo, como otros muchos camaradas, ha vivido, hasta el fin de sus días, modestamente con su compañera de toda la vida Carmen Menéndez, y estoy seguro de que no le han faltado oportunidades de haber llevado un tren de vida diferente.
Por otra parte, se nos va, quizás, el último representante de toda un generación de comunistas sin los cuales no se podría entender la historia del Partido Comunista de España. Participó activamente en la defensa de los valores republicanos que supuso Octubre 1934. Protagonizó el intento más serio de reconstrucción de la izquierda con el nacimiento de la JSU. Y aún muy joven tuvo que asumir tareas de gran responsabilidad en la defensa de Madrid, durante la agresión fascista de 1936, y si tuvo alguna resposabilidad de lo ocurrido en Paracuellos, y él siempre lo negó, no seré yo quien se lo eche en cara. Ese Santiago Carrillo es el que voy a echar de menos
Ha sido una generación de comunistas, ellos sí, templados por el acero bolchevique, irrepetibles, capaces de poner su militancia en primer plano. Los comunistas de hoy, puede que porque las circunstancias no nos han empujado, no estamos, ni de lejos, a su altura.
No recuerdo ahora quien lo cantaba, era desde luego un homenaje al revolucionario chileno Manuel Rodríguez, y de repente me ha venido a la memoria.
Como fue Manuel Rodríguez
debiera de haber quinientos
y no hay ninguno que valga
la pena en este momento.
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Hace 2 semanas
1 comentario:
Estimado Don Bolche, es usted conocedor de las distancias que nos acercan, por lo que veo fútil detallarlas. Sólo quisiera llamar la atención sobre un par de detalles, apenas dos relumbrones de cerilla sobre una figura en sombras.
El primero de ellos, claro está, es el carácter de pertinaz fumador de Santiago Carrillo. Para mí es un rasgo distintivo de la gente de una época en que la ideología y la política estaba muy por encima de correcciones bobaliconas, tanto da si se refieren a la saludo a la política.
El segundo rasgo es el de la llamativa coherencia mental que demostraba a edad tan avanzada. Esto evidentemente, tendrá más que ver con la química del sujeto que con otras cosas, pero no me resisto apensar que también la práctica del pensamiento y el debate forjan el cerebro y regulan esa química neuronal hasta conseguir sacar de ella más que lo que sacan quienes dedican su existencia a estar sanos, pongamos por ejemplo.
No cabe duda de que este muerto estaba más vivo a los 97 años que muchos a los 30.
Un saludo
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