Tengo que empezar diciendo que no me importaría, en absoluto, ser catalán, o vasco, o extremeño, o francés, o de cualquier sitio. Mi afección por las patrias es nula, y en general tengo afecto por sus componentes, sobre todo si comparten mi adscripción social. Soy un trabajador, hijo de obreros y nieto de campesinos, Me siento más unido, y comparto más intereses, a un trabajador catalán o gallego que a un capitalista madrileño por más que pueda ejecutar un schotis a la perfección o se sepa de memoria romanzas completas de la Verbena de la Paloma, La Revoltosa o El Santo de la Isidra. Por otra parte ser catalán me añadiría un morbo especial, convencido como estoy de que mi madridismo, en estos momentos extremadamente mourinhista, es absolutamente independiente del lugar de mi nacimiento, y aunque fuera, que no lo soy que yo sepa, descendiente directo de Guifré el pilós, defendería, igualmente, que Cristiano Ronaldo es, neta y objetivamente, superior a Leo Messi. Pero una vez asumido que el fútbol es la cosa más importante de las que no tienen importancia ninguna, continuo con mi razonamiento.
Al igual que millones de catalanes, cientos de miles lo expresaron públicamente el 11 de septiembre, yo no me siento a gusto encuadrado en esto que algunos llamamos España, y otros prefieren Estado Español. Detesto su bandera, que fue impuesta por la fuerza despues haber sido repudiada democráticamente, independientemente del escudo que la adorne.
Detesto su himno por las mismas razones que su bandera, añadiendo que hiere mi sensibilidad musical por más versiones sinfónicas que intenten hacerlo asumible.
Detesto la familia que detenta, y utilizo bien el verbo detentar, la jefatura del estado. Ya es el colmo que, adentrándonos en el siglo XXI, los ciudadanos no podamos elegir al jefe del estado y esa responsabilidad sea hereditaria. Pero es que además la familia en cuestión es cualquier cosa menos ejemplar. Dejando de lado su vida privada, que a mi personalmente me importa un bledo, la trayectoria de esta familia ha sido funesta para nosotros. Y no sólo porque ahora descubramos que el jefe, según desvela acreditada prensa extranjera, ha acumulado un patrimonio inexplicable a tenor de sus ingresos procedentes del erario público, o que alguno de sus yernos haya actuado de manera poco ejemplar. Sus antepasados han dejado, igualmente, mucho que desear.
Al igual que esos millones de catalanes yo suspiro por ser independiente de esa España que me encorseta. Y he sido muy consciente de esa desafección en el marco, que se prolonga ya desde hace años, de la celebración de los triunfos de la selección española de fútbol que he vivido como ajenos a mí.
Pero mi independentismo tiene un componente importante al que hacía referencia al comienzo de mi perorata, la componente de clase, el mío es un independentismo obrero, de clase trabajadora. Si yo fuera catalán, e insisto en que no me importaría serlo, querría ser independiente de una España, que pretende españolizarme, desafortunado término que no ha gustado, ni siquiera, al señor Borbón, pero igualmente independiente de lo que representa el señor Mas y lo que representa, que no es otra cosa que el capitalismo catalán. Y, a mi juicio, no existe capitalismo bueno. Y, volviendo al inicio, si yo fuera catalán estoy seguro de que mi independentismo sería esencialmente anticapitalista.
Desde la izquierda, la de verdad, no la que olvida ahora quien, al dictado de los mercados, comenzó este sin sentido de política de ajustes, desde la izquierda, repito, llevamos mucho tiempo propiniendo una solución federal en un un marco republicano y, muy importante, anticapitalista. Y creo, si yo fuera un trabajador catalán, que me sentiría a gusto en ese proceso de construcción de una España, en pie de igualdad con los trabajadores de las diversas naciones que, una vez resuelto su legítimo derecho a la autodeterminación. entrarían a formar parte de ella.
Hoy la República Federal, lejos de ser una utopía. es una necesidad.
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