Andan revueltas las cosas por mi pueblo, Alpedrete, a la alcalda, y retomo esta denominación porque alcaldesa me sigue sonando a mujer del alcalde, un juez, o jueza, la ha llamado a declarar el 4 de julio. Y no la ha llamado a declarar como un testigo que pasaba por allí. No, la llama a declarar como imputada. E intuyo, y no creo ser por ello especialmente clarividente, que a la señora Casado no le ha gustado, ni poco ni mucho, nada. Entre otras cosas porque puede que no acabe de entender porque lo que hizo puede ser un delito. La acusan, los de CCOO, es decir unos resentidos sociales de colmillo retorcido, de haber contratado a unos trabajadores pasándose por el arco del triunfo la normativa vigente. Y además la acusan, y eso es lo malo, de que sabía, porque los expertos habilitados del ayuntamiento se lo habían dicho, que lo estaba haciendo de manera irregular. Y eso, dicen los que saben de esto, constituye un delito de prevaricación, y de ser condenada, y ni yo ni nadie podemos saber si lo será o no, será inhabilitada para ejercer cargo público, dejará de ser alcalda.
Hay que conocer Alpedrete, su peculiaridad sociológica, para entender la perplejidad en la que esta sumida su regidora. Cuando los estudiantes, de cualquier lugar de España, quieran saber de que se habla cuando se hace mención al caciquismo como algo característico de la organización social española del siglo XIX, que no husmeen en los libros, no hace falta, que se den una vuelta por mi pueblo. Valga un ejemplo: El pasado lunes, 11 de junio, en la plaza de Vicente Guillén Zamorano , alcalde franquista al que, inexplicablemente, se homenajea dando su nombre a una céntrica plaza, la de la Pozuela, del pueblo, un antiguo concejal del Partido Popular, pertenciente a una de las familias de más rancio abolengo, conseguido no sabemos como, daba instrucciones, revestido de una autoridad que tampoco sabemos quien le ha otorgado, a unos obreros que reparaban la farola central de esa plaza. Los que hayan descubierto a quien me refiero, los alpedreteños que me lean, todos sin excepción, pueden pensar que, dado el actual nombre de la plaza, el citado ilustre ciudadano puede pensar que es suya en concepto de herencia. Es posible. Pero entonces deben ser suyas muchísimas más cosas, porque muchos vecinos me han confirmado, algunos de ellos trabajadores municipales, que se trata de algo habitual el ver a tan preclaro hijo de Alpedrete dando instrucciones a trabajadores realizando obras municipales. Naturalmente este concejal ha solicitado, mediante entrada por registro, que se le aclare en función de qué, quien le ha nombrado, este señor se toma estas atribuciones. Y este concejal no espera ser contestado, lo cual dará lugar a la correspondiente interpelación al pleno municipal llegado el momento.
En ese contexto, en el que Alpedrete sigue siendo la finca partícular, el coto privado, el feudo de los de siempre desde hace generaciones, a la señora alcalda le causa extrañeza y desasosiego que le impidan hacer las cosas como le da la real gana, que haya leyes y normas que la obliguen. A ella, en su pueblo. A ella, que es más alpedreteña que nadie. A ella.
Tenemos un escenario complicado los que, sin ataduras ancestrales, hemos adquirido el compromiso de hacer avanzar a Alpedrete, de momento, hasta el siglo XX, para en un futuro próximo colocarnos en el XXI. Incluso una cierta autodenominada izquierda considera a estos personajes como alguien del pueblo de toda la vida, es decir un activo a respetar y mantener. En Izquierda Unida, desde luego, pensamos en sentido radicalmente contrario, creemos que estos personajes, estas familias deben dejar de tener toda clase de influencia social en nuestro pueblo. Y por eso exigimos a doña María Casado que dimita, que deje de ser un lastre que nos impide llegar hasta el presente. Habría muchas razones, las hay, para exigir su dimisión. Basta con asistir a un pleno municipal para ver el talante autoritario con el que lo dirige. Pero ahora además hay una imputación por un grave delito. Debe irse. Ya.
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