miércoles, 3 de junio de 2015

Los pitidos

Dejando claro que mi bandera es la roja con la hoz y el martillo y mi himno la Internacional, aunque he de reconocer que el escudo de mi Madrid-preferiblemente sin coronas añadidas- y las mocitas madrileñas, salvando las distancias,  también me emocionan lo suyo. Dejando eso claro, repito, no me resisto a comentar lo acaecido, y por otra parte requeteanunciado, el sábado pasado en la final de la Copa del Rey. 
La primera consecuencia de la monumental pitada, parece ser que superó de largo el centenar de decibelios, es que se está hablando más de ella, de la pitada, que del partido en sí mismo, de manera que nos quedaremos saber en que momento los jugadores del Atlhetic renunciaron a ser gudaris aspirantes a conducir la gabarra por la ría, para convertirse en meros espectadores de los gambeteos del portador del número diez de la zamarra azulgrana. Desde luego, si el sábado próximo los defensores de la Juve muestran la misma condescendencia que la mostrada por los otrora leones,  y en estos momentos apenas cachorrines de gato doméstico, el ansiado, y muy probablemente merecido, triplete, está al caer. Podemos felicitarnos los contribuyentes de que los funcionarios de hacienda estén siendo más rigurosos a la hora de afrontar los regates fiscales del idolatrado jugador culé que los defensores del Atlhetic con los deportivos.
De haber estado presente en el evento, algo harto improbable dada mi absoluta falta de interés por el mismo, es muy probable que me hubiera abstenido de manifestar mi desagrado por la Marcha de Granaderos. Puede que se trate de una pachanga de escaso valor musical, que lo es. Puede que sea el fruto de una victoria militar de un ejército sedicioso que se levantó en armas contra su propio pueblo. Puede que su imposición como himno de la monarquía parlamentaria, como la propia monarquía o la bandera bicolor, fuese el fruto de una transición política con una correlación de fuerzas desfavorable, muy desfavorable, para los demócratas. Todo ello es cierto y, para mi, tiene como consecuencia, subjetiva y personal, que detesto tanto la Marcha de Granaderos, también conocida como Marcha Real, o más popularmente Chunda Chunda, como la bandera bicolor, independientemente de el escudo que la complete. Sin embargo, hay muchos ciudadanos, y eso se palpa claramente en los éxitos deportivos, que no entran a valorar, ni siquiera superficialmente los argumentos que he expuesto, que se sienten representados por esa bandera y ese himno, sin que sean unos fachas cavernarios, y que pueden sentirse ofendidos por un suceso de esas características, aunque, todo hay que decirlo, esa ofensa puede estar, y lo está, manipulada.
Por otra parte la dichosa pitada tiene un inconfundible aire de reivindicación identitaria nacionalista, y ahí me afloran al unísono el internacionalismo propio de un aspirante a revolucionario, y mi afrancesado jacobinismo fruto de una construcción cultural que nos hacía, en la larga noche de la oscuridad fascista, mirar al otro lado de los Pirineos.
No me causa ninguna clase de problema ser militante del Partido Comunista de España y, como el conjunto del PCE, aspiro a un Estado Federal en el que todos, en igualdad de deberes y derechos, con nuestra obvias diferencias idiomáticas y culturales, podamos sentirnos razonablemente cómodos.
No recuerdo si fue don Pío Baroja, donostiarra de nacimiento madrileño de vocación, quien afirmó que "El carlismo se cura leyendo y el nacionalismo, viajando" fuera don Pío o no el autor de la frase, dudo con don Miguel de Unamuno, la suscribo como propia.

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