Dura hubo de ser la vida de Aerofagio Bemoles. Sus padres , dipsómanos, drogodependientes y votantes del PP, habían arruinado el próspero negocio que había iniciado su bisabuelo Tremebundo Bemoles, y que había consolidado y expandido su abuelo Estrepitancio Bemoles.
En efecto, fue don Tremebundo el que mientras paseaba, por la ciudad que le vió nacer (es indiferente la ciudad en cuestión porque por aquella época todas las ciudades españolas tenían aproximadamente la misma cantidad de mierda, desperdicios y basura de toda índole), a unas horas un tanto intempestivas, y es que pasear, lo que se dice pasear es un tanto inexacto. Venía Bundo , cariñoso diminutivo por el que era conocido, de intecambiar, primero e ingerir después , fluídos y copichuelas en una casa de pésima nota en uno de los arrabales de la ciudad. No hay constancia de hubiera en la época organismo regulador alguno que calificase las casas de tolerancia, nombre por el que también eran conocidos los lupanares o putiferios, debido muy probablemente a que se toleraban acciones de índole concupiscente que, en cualquier otro sitio estaban prohibidas y castigadas con las penas del infierno. La clasificación en casas de pésima, mala, regular e incluso buena nota, debía venir, con toda seguridad determinada, por una clasificación popular, en la que, sin duda, se tendría muy en cuenta, no sólo la calidad humana de las pupilas que allí prestaban sus servicios, sino también el rango social de los clientes. No puede, ni debe, ser posible tener en misma consideración un establecimiento visitado por S.M. el Rey nuestro señor o su ilustrísima el Cardenal Primado, que uno frecuentado, por mindundis como el bisabuelo de nuestro protagonista.
El contraste entre el calor , procedente en gran medida de la calefacción humana y el sudor ajeno, del tugurio y el frio de la intemperie solía tener el benéfico efecto de disipar los efectos que el exceso de bebidas de alto contenido enólico y dudosa procedencia producía en la cabeza del juerguista, si bien el efecto era contrario en la parte somática del individuo en cuestión, que con frecuencia, y con el hígado en franca rebelión y las transaminasas en veloz desbandada, solía hacer una última parada con la frente recostada en un antebrazo que a su vez se apoya en la pared , las piernas abiertas, convenientemente alejadas del muro en cuestión, para en tan poco edificante postura proceder a devolver al mundo, el excedente de lo trasegado la noche anterior. La colusión de ambas sensaciones, claridad de mente y cuerpo torcido, suele producir, a él le produjo, una necesidad inmediata de reparador descanso, de dormir verdaderamente, a pierna suelta, lo que, a pesar de su debilidad, debida en gran medida a que, a diferencia de otros clientes habituales no se producían en él fuertes disensiones entre Dionisio, dios de la vid y de la yedra, del delirio, del entusiasmo, del éxtasis, de la danza, de la tragedia y de las fiestas y Afrodita, diosa del amor, madre del caprichoso Eros, quizás porque administraba sabiamente sus recursos: "Cuando se va a putas, se va a putas" solía clamar con precisión tautológica al rechazar una vez tras otra cuantas ofertas le llegaban de alegrarse el cuerpo, tomando de aquel licor o de aquel otro, antes de satisfacer sus necesidades más acuciantes, que no eran otras que las derivadas de su estado célibe, ya que si bien había entablado formales relaciones con una señorita de lo más granado, y carente de recursos económicos, de la sociedad civil, las costumbres de la época, y la dificultad de acceder a métodos contraceptivos de cierta seguridad, impedían la consumación final de los ardores provocados por castos besos y furtivos tocamientos producidos en la oscuridad, no de salas de cinematógrafo, aun por inventar, sino de otros lugares, como esquinas poco iluminadas o los zaguanes de los portales, insisto siempre de acuerdo con el celebérrimo teorema de Tales: "Prohibido joder en los portales", la omnipresencia de la figura conocida como carabina hubiera, sin duda, impedido que las cosas llegaran a mayores. Dada mi condición masculina desconozco, en lo concreto, como calmaban las féminas la excitación producida, pero conozco muy bien la de los varones que tenía dos vías de escape generales, la más utilizada era , siguiendo el bíblico ejemplo de Onán , aprovechar el carácter de oponible que tiene nuestro dedo pulgar, dotando a nuestra mano de la capacidad de asir objetos animados o inanimados, con vida propia o dependiente de otros, capacidad que comparten con nosotros gorilas y chimpancés, un adecuado manejo de estas habilidades produce una más que satisfactoria reducción de la excitación, tiene este método indudables ventajas, nadie conoce mejor que uno mismo su propio cuerpo de manera que el encontrar el ritmo adecuado es algo prácticamente automático, por otra parte al no haber compañera, excepto en la mente del individuo, no existe el riesgo de que una rápida consecución de los objetivos deseados deje a medio camino los de la compañera de actividad, pero esto es algo a la que la sociedad, en general, prestaba escasa importancia en la época en la que el bisabuelo de nuestro protagonista estaba en plena forma. Tenía, está fuera de discusión, tan manual y artesanal método un inconveniente notable dada la particular idiosincrasia de los individuos de la especie humana con cromosomas XY, y esto es independiente de la identidad sexual del individuo en cuestión, de que sea hetero u homosexual. Todo individuo de la especie humana de sexo masculino, sólo ha llevado a buen puerto su actividad de índole sexual, si puede contárselo a un amigo, con los correspondientes adornos y exageraciones, esa es la razón fundamental por la que los varones pierden, dentro del matrimonio, gran parte de su apetito sexual, no va a ir uno contando lo que hace con su compañera en una institución tan sagrada y milenaria como el matrimonio, y es también la razón por la que los necesitados de acudir al vicio solitario, algo que generalmente no se cuenta a no ser que de que se trate de una inusual proeza, en cuanto tienen posibilidad, fundamentalmente económica, acuden a expertas meretrices que suelen colmar gran parte, nunca todas, de sus fantasías orientales, que son amplificadas con deleite añadido en tertulias de bares y casinos, siendo seguidos estos relatos con más interés de los contertulios que el relato del último gol del ídolo futbolístico local. A veces, y no son pocas, ocurre que el individuo está falto de presencia de ánimo, es de natural tímido y fácilmente impresionable por una mujer de las características de una profesional del sexo, por lo que comete el error de insuflarse valor con la ayuda del alcohol, este error, la alteración del orden que tan escrupulosamente guardaba don Tremebundo, provoca, ahora sí, la incompatibilidad entre Dionisio y Afrodita o entre Venus y Baco, si prefieren la mitología romana, mostrándose, a menudo, con toda su contundencia. Haya servido esta pequeña disertación sobre el uso y abuso de determinados servicios absolutamente prohibidos por la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, para ponernos en situación, para que tengamos conciencia clara del momento en que el bisabuelo de nuestro protagonista idea el negocio que años más tarde va a arruinar su nieto, y que en gran medida será el que marque el destino errabundo de su hijo, del hijo del nieto, del bisnieto, nuestro protagonista.
Que ningún malintencionado busque en lo anteriormente escrito ningún tipo de elogio hacia el uso de la profesión más vieja del mundo, algo absolutamente falso puesto que es anterior el oficio de macarra, macró o chuloputas, que es el que las obliga. Esta práctica, no por usual y extendida, tiene justificación, y no sólo está moralmente condenada, como he señalado antes, por la Iglesia , sino que también es contraria a la moral comunista que tiene en la libertad sexual uno de sus anclajes éticos más importantes.
Dejamos aquí a don Tremebundo con una resaca digna de nombre momentos antes de decidir a que iba a dedicar el resto de su vida.
5 comentarios:
Fastuoso, ya que no me permite emitir otro tipo de veredicto, que de todas formas habría sido halagador.
Pero sigo pendiente de un encuentro cuadrangular entre usted, yo y otras dos personas, una de ellas reconocida bloguera y otro, reconocido proyecto de tal.
Un saludo.
Pues tambien tengo que felicitarte por este primer aperitivo que nos has puesto.
Si ganas el Premio Planeta,ya sabes donde estoy...
Enmiendo la alusión a Onán. Se le atribuye vicios pajilleros, lo cual es falso. Si en vez de leer a Vladimir Illich, releyera el Antiguo Testamento, encontraría lo siguiente:
Onán, tras la muerte de su hermano, fue obligado a casarse con su cuñada viuda. Como no tenía ganas de reproducirse con ella, no rechazaba el coito, sino que practicaba el coitus interruptus,, y "derramaba su semen en la arena".
Por lo tanto, no era pajero, sino marchatrás.
Es deleitosa la descripción del vicio inconfesable que lleva a la ceguera, la caída del cabello, el reblandecimiento neuronal e incluso, en algunos casos contumaces, a la lepra.
Coincido con el amable y ególatra escritor en el desconocimiento que los varones tienen de las descargas de la pulsión sexual femenina. En realidad siempre les ha importado un carajo, si el admirado dueño de esta casa me permite el exabrupto, ya que los miembros del club masculino suelen tender a mirarse su propio miembro, perdón por la redundancia, y nunca han pensado, piensan o pensarán en que sus congéneres de sexo femenino tienen las mismas pulsiones que ellos... o sea, para que nos entendamos, las mismas ganas que, lamentablemente, han tenido que ocultar a lo largo de los siglos para no ser tachadas de izas, rabizas o colipoterras, mientras que ellos, en lugar de denominarse a sí mismos simplemente puteros o salidos (vuelvo a pedir perdón por mis excesos verbales) se edulcoraban su sexofilia con el nombre de "necesidad fisiológica y viril".
Estoy en ascuas por conocer el negocio de Bundo, le suplico no se haga de rogar en demasía, excelso bolchevique, que escribe Vd. como un Góngora y le hago la ola.
JAJAJAJAJA!
Sin palabras me ha dejado Vd. querido Bolche. Sin palabras que puedan definir mínimamente el estado de arrobamiento en que me ha sumido su "Prima pu(n)tata" (o era la Introducción? Por no hablar del de ansiedad, compartido con Blanca, generado por el desconocimiento de la actividad a que dedicó don Tremebundo su aún no-nato negocio.
Ardo en deseos de poder devorar los siguientes capítulos y me permito (abusando de la generosidad de don AF) hacer mío también el calificativo usado por mi buen don Antonio:
¡ ¡ ¡ F A S T U O S O ! ! !
PD (para AF, con permiso del administrador del blog). No se preocupe que no me olvido. Le mando un correo ipso-facto... y un beso enorme.
PD2 Necesaria y muy a propósito la aclaración de Monsieur Babeuf.
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