martes, 3 de junio de 2014

Sigo sin ser del "Aleti"

Puede que me haya determinado el hecho de que en mi preadolescencia, en uno de esos momentos claves del desarrollo personal en los que la vida va abriendo nuevas perspectivas, no se acercara a mi una mozita con camiseta a rayas y botella- en aquellos tiempos no había botes- de Coca-Cola. Claro que tampoco se acercó a mí mozita alguna, con camiseta de clase alguna, ya fuera blanca o monocroma, a franjas de da igual que color, o sentido, o incluso arlequinada. De haber sido ese el elemento determinante, hoy sería de esos que, con apabullante superioridad intelectual, tronan aquello de: "A mí no me gusta el fútbol, el sábado, a la hora del partido, yo estaba viendo una obra maestra de Fassbinder en versión original alemana con subtítulos en francés"
Tras el partido de Lisboa, del pasado 24 de mayo, se agudizó el sentimiento de culpa que, desde tiempo atrás, viene anidando en lo más profundo de mi interior y que se expresa en sentido contrario a una exitosa campaña publicitaria ¿Porqué no soy del Aleti? Creía, y creo, haber superado, desde hace tiempo, esa gran cantidad de lugares comunes que , con escaso rigor intelectual y nulo conocimiento de la historia, suelen ponerse de manifiesto cada vez que expreso mi amor por el Madrid, y que podría resumirse en el cansino, y diría también antiguo y memo, latiguillo ¿Cómo es que un comunista es del Madrid? No parece oportuno, o a lo mejor sí lo es, volver a repetir que no sólo no considero contradictorio ser ambas cosas al mismo tiempo, sino complementario, ser madridista, para mi,  implica la búsqueda de la victoria, ser comunista, para mi, implica la búsqueda del poder. De los métodos hablamos otro día y siempre que seamos capaces de desprendernos de la ética, o la moral, burguesa. Tampoco parece oportuno, o a lo mejor sí, traer a cuenta estadísticas que dicen que hasta mediados de los años cincuenta, y desde el año treinta y nueve el fascismo estaba en el poder, el Madrid no ganó nada, mientras el Athletic (entonces Atlético) de Bilbao, el Atlético de Madrid (durante unas temporadas de Aviación, dada la excelente relación con dicho arma del ejército vencedor) y FC Barcelona (dirigido por la élite política que durante la guerra dió en llamarse "grupo catalán de Burgos") ganaban la mayoría de Ligas y Copas del Generalísimo, entregadas, estas últimas, siempre y en todo momento, por el mismísimo Caudillo. Y desde luego esta sepultado por el tiempo el Madrid (entonces sin real) que saluda puño en alto durante la guerra contra el fascismo.
Por ninguna de estas falsas razones se ha movido un ápice mi madridismo militante, han sido otras las razones por las que yo mismo he intentado socavarlo, sin éxito.
Durante toda la temporada se ha instalado como políticamente correcto el tener simpatía al Aleti, ser del Aleti, como alternativa al odiado duopolio Madrid-Barça, odiado no sabemos muy bien por quien, dado que de las estadísticas que obran en poder de Gol TV o Canal+, que son las plataformas que retransmiten el fútbol, se deduce que los partidos en los que no juegan uno de los dos tienen un audiencia que apenas sobrepasa el número de familiares y amigos de los jugadores.
Lo que mola que lo flipas es ser del Aleti, como un trasunto de la defensa de causas perdidas. Ser del Aleti es lo simpático, es ser defensor de los pobres, de los oprimidos, de los que nunca ganan, condición que sin duda tienen Miguel Ángel Gil Marín (dueño del club) , Enrique Cerezo (su presidente) o Cayetano Martínez de Irujo, Marqués, o Conde, de Salvatierra (que no oculta su condición de colchonero militante). Alguién podrá argumentar, aunque sea con pobre argumento, que en todas partes cuecen habas, y ahí está el efusivo abrazo, en Lisboa, de Florentino Pérez con José María Aznar. ¿Y?. Si uno hiciera un repaso de los mandatarios de los clubs de fútbol, de todos Rayo Vallecano incluido, no encontraría, como lo ocurrió a Abraham en Sodoma y Gomorra, no ya diez ni siquiera un solo justo.
A pesar de todo, por no ir contra corriente, he intentado ser del Aleti y no lo he conseguido. Quizás ha podido, en esa impotencia, la práctica de lo que algunos llaman ir al límite del reglamento, y que no deja de ser una sucesión  de patadas, codazos y agarrones impropias, a mi juicio, de la práctica del fútbol. Hay jugadores, que no hace falta que yo nombre, que repiten la indefendible acción de Pepe contra el Getafe varias veces por partido, con la sutil diferencia de que mientras el jugador madridista sufrió una larga, y justa, sanción, los rojiblancos, a juicio de cierta prensa, lo que hacen es utilizar sus armas.
Puede que también contribuya a mi imposibilidad absoluta de conseguir una mínima simpatía hacia el equipo del Manzanares, pobre rio, a su carácter de aprendiz hay que añadirle el baldón de ser identificado con estos colores, y no es otra que la tipología de su entrenador. Durante pasadas campañas se ha sacudido duramente, y no entro ahora a valorar si con razón o no, al anterior entrenador del Madrid Jose Mourinho por sus actitudes, a juicio de muchos, antideportivas. ¿Es mejor Diego Simeone? Con su actuación en la final, propia de un chulo de cabaret, queda respondida la pregunta.
Tras la emoción, que nubla cualquier objetividad, vivida el sábado 24, volví a ver el Partido  a través de Canal+ Liga de Campeones con los comentarios de Michael Robinson, que no pasa por excesivamente madridista, y no dejé de ver un partido, malo o muy malo desde el punto de vista estrictamente futbolístico, en el que unos pusieron fútbol y otros patadas y violencia.
Lo siento, sigo sin ser del Aleti.

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