viernes, 26 de diciembre de 2008

El triste rodar de Aerofagio Bemoles (IV)

Una vez que se hubo casado y con residencia propia, decidió Bundo que era el momento de disfrutar de la vida, además su disfrute le iba permitiendo ir paulatinamente aumentando su red de contactos e influencias, pues la práctica totalidad de las autoridades civiles, militares y religiosas en un momento u otro pasaban por alguno de los centros de asueto, de los que inicialmente fue cliente preferencial, para en en plazo relativamente corto ser el auténtico dueño. Tanta vida fuera de casa, que justificó, como era corriente en la época, con su pertenencia a Adoración Nocturna (hecho muy bien reflejado por Antonio Mercero en su película Espérame en el cielo ) hizo que dejara de tener interés en lo que se suele llamar el uso del matrimonio, de manera que una vez preceptivamente embarazada su esposa, la relación entre ambos se tornó cortés amable y educada, estableciéndose entre ellos unos lazos de sincero cariño y afecto mucho más fuertes y duraderos que los podría haber trenzado un pasión desenfrenada. Cuando las visitas del profesor de piano de su esposa, un joven bien parecido y hambriento, se hicieron sospechosamente frecuentes, don Tremebundo se limitó a pedir al servicio que retirase del salón principal un cuadro con una escena de la caza del ciervo.
En una tarde del final del verano, con tormentas acompañadas de un fortísimo aparato eléctrico nació Estrepitancio, el hijo único y heredero universal de los Bemoles. La práctica ausencia del hogar del padre de familia fue determinante en el desarrollo intelectual y emocional de Tancio Bemoles (siguiendo la tradición familiar el nombre doméstico y cariñoso se construía con el final del nombre oficial). En efecto don Tremebundo repartía su tiempo entre el ministerio, donde había llegado a director general sin tener la mínima idea de cual era su cometido oficial, lugar que seguía siendo su cuartel general y en el que desarrollaba las tareas oficiales de su empresa, las tertulias vespertinas, continuaba siendo un adicto a la cafeína aunque había conseguido controlar su dependencia, y las juergas nocturnas, tenía habitación reservada y pertrechada de todo lo necesario en cada uno de los garitos que controlaba, de manera que aparecía por el hogar familiar de ciento en viento, y siempre para interesarse por si era necesario algo y dejar dinero. En una ocasión preguntó a su esposa si consideraba necesario comprar un piano respondiéndole ella, con toda naturalidad, que en sus clases practicaba fundamentalmente el solfeo, actividad para la que, siempre según ella, no se necesitaba instrumento musical alguno, si acaso la flauta dulce, pero la ponía el profesor.
Mientras el niño fue pequeño no echó de menos en absoluto la figura paterna, ese señor que , de vez en cuando, aparecía por casa con extraordinarios regalos y juguetes, y le cogió aprecio al profesor de piano de su madre siempre simpático y atento con él. Fue al ir creciendo, y sobre todo a raiz de ir al colegio, de estricta disciplina y moralidad, de los Hermanos Maristas cuando se percató de las peculiaridades de su familia, puesto que en las de sus compañeros el padre, o estaba habitualmente presente, o había muerto. Era la suya una ciudad sin puerto de mar por lo que no había marinos, ni se había inventando, o estaba en pañales, la aviación, por lo que no había pilotos. Como la clase social de sus compañeros excluía a representantes y viajantes de comercio, lo dicho: el padre de todos sus compañeros o estaba siempre presente o bajo tierra. Alguno de los padres de sus compañeros conocían al suyo, por ser también de Adoración Nocturna, pero no con tantísima devoción y sacrificio como el de Tancio Bemoles. Y sobre todo, y este descubrimiento fue especialmente doloroso, en ninguna de las casas de sus amigos y compañeros había, de forma casi permanente, un profesor de piano, ni de ninguna otra materia como la esgrima o el modelado en barro, que se tomase tantísimo interés por su alumna como hacía el que solfeaba con su madre.

Esta angustia que le produjo la ausencia del padre y la relajación de costumbres de la madre, hizo que el heredero creciera de forma taciturna y concentrada en dos actividades, la religión e, inicialmente, el estudio, y cuando estos hubieron acabado, estudió Derecho, especializándose en la rama mercantil, y el equivalente en la época de lo que hoy llamaríamos Ciencias empresariales, o más modernamente administración y dirección de empresas, se hizo cargo del negocio familiar, pues coincidió el fín de sus estudios con un lamentable episodio relacionado con la disipada vida que llevaba su padre, al que finalmente le dió un severo jamacuco, que los jóvenes de hoy día definen como un chungo, y que tiene el nombre oficial de ictus cerebral, que no acabó con su vida pero que lo dejó idiota para los muchos años que todavía vivió. Sólo salía de casa, por fín regresó de forma regular al hogar familiar, para ir a Adoración Nocturna donde le llevaba su hijo, ferviente y estricto practicante. A pesar del afecto que le profesó de niño, en cuanto cogió las riendas de la familia despidió, sin contemplaciones, al maestro de piano, asegurándose, eso sí, de que tuviera un alojamiento digno y el empleo de organista en una parroquia de la periferia, a la que el mismo dotó de órgano. Contrató inmediatamente a un sustituto, un venerable anciano de pésimo genio, compró un piano vertical, he hizo estudiar a su madre toda la música que no nabía estudiado anteriormente, empezando por el solfeo. Una vez resueltos los trámites que incapacitaban a su padre, y le daban el control absoluto de los destinos de la familia, se puso como objetivo el encontrar un mujer que asegurara la pervivencia de los Bemoles. Europa se desangraba en una fratricida contienda.

6 comentarios:

RGAlmazán dijo...

Pero oiga, ¿de dónde saca usted los nombres, de Mateo Díez o de un santoral del siglo XIX?
Anda que lo de Bemoles tiene idem, pero lo de Estrepitancio es para eso y no echar gota.
Me ha gustado lo de quitar el cuadro del ciervo, creo que es un acto inteligente, ¿qué más podía hacer?
Por cierto que Tancio hizo muy bien cambiando de profesor, supongo que repondría el cuadro del ciervo.
Y nada, a por el próximo episodio, que me tiene ansioso, y ya sabemos que no hay quinto malo.

Salud y República

Blanca dijo...

Pues a mi me parece fatal que Tancio se metiera con las aficiones de su madre por la flauta dulce y el solfeo sin notas. ¡¿Qué es esa manía filial de entrometerse en las aficiones de las madres?!

Por otra parte, ese tema de la "Adoración nocturna" es universal y no tiene época, ya que he conocido a algún "adorador" en estos tiempos modernos... y eso sí que tiene Bemoles.

No sé dónde va a ir a parar el devenir de esta limpia familia, pero la curiosidad me corroe.

Antonio Flórez dijo...

Inconmensurable. Ardo en deseos de conocer los avatares (nada que ver con esas tontas personalidades virtuales de uno de esos inventos interneteros) de los Bemoles.

Pero yo no echaría en saco roto lo de la construcción de un relato de manera comunal. las pocas experiencias que conozco no acaban en my aofrtunados puertos, pero quienes lo hacen se lo pasan muy bien.

Un saludo.

Dardo dijo...

Amigo Bolche es imposible darle a Vd. el "níhil óbstat". Lo siento; no puedo halagarle y se lo digo a sabiendas de que Vd. no me dé el "imprimátur" para mi comentario.

Y que conste que el haber diseñado todo este exceso en forma de serial lo ha hecho atractivo. Junto con el culebrón de actualidad de "Los ricos también lloran" en el último remake hecho por el genial Madoff (creo que familiar lejano de los Bemoles -apellido judeoconverso-), no había asistido a algo tan jocoso, aunque a la vez caústico.

Y por eso debo ser implacable con Vd.; por ello le advierto dos errores (uno tipográfico en el menor de los casos y otro conceptual). El primero lo comete Vd. en la primera entrega (I): en vez de la voz "etílico" utiliza una desconocida, "enólica"; aunque tal vez fuera una perturbación por tener en mente, a su personaje causante de todo esto (Aerofagio) y quisiera en verdad aludir a "eólico" (por aquello de los vientos). El segundo lo comete Vd. en la entrega (III), al nombrar como "arrendatario" al "arrendador"; pues es éste el que percibe en puridad la merced arrendaticia. Aunque tal vez haya sufrido Vd. una traición de su fervor revolucionario inconsciente: eliminar a esa clase "ratuna" (en terminología vichinskiana) de los propietarios arrendadores.

Sí tengo que confesarle, que me he enternecido con el episodio del cuadro del ciervo en el contexto de la flauta dulce y el solfeo.

Su singular reseña de la "Adoración Nocturna" me ha traído a la memoria, una historia de un personaje muy conocido del Movimiento en aquellos tiempos en Almería. Este era uno de esos "adoradores"; pero curiosamente no de los jueves eucarísticos; pues buscaba otra transubstanciación.

Nos deja Vd. pendientes del devenir paroxismal de Aerofagio; visto el iter seguido por Bundio y Tancio.

Angel Adanero dijo...

Con cierto retraso, pero no por ello menos interés, estoy siguiendo este serial. Apasionante a la vez que apasionado.
Ahora que veo que Bundo Bemoles pasa a un discreto segundo plano, ferozmente jamacucado, me asalta una duda. Su obsesión por la basura. ¿Fue solo por causa de verse hozando en la mierda como los gochos tras aquella noche digamos que de disipación o por alguna tara psico-neuronal degenerativa producto de una infancia dura?

Angel Adanero dijo...
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