domingo, 9 de septiembre de 2018

El general no tiene quien le entierre

Cuando para poner un título a una entrada , en un alarde de falta de ingenio, tengo que recurrir al ingenio que otros si tienen tomo conciencia, y también conscencia, de mis grandes limitaciones. Este es el caso, he tenido que remedar al genio de Aracataca para encabezar esta entrada, para intentar hacerla atrayente dado que va a tratar sobre un cadáver.
Ya nos hubiera gustado a muchos, a mi desde luego, que ese general solo hubiera existido en el universo de Macondo, o en cualquier otro dentro del realismo mágico. Pero no, ese general existió en el mundo real, tuvo su Otoño, como el Patriarca que nos describió Gabo, y aunque tuvo un invierno diferente también dejó un cadáver, que más de cuarenta años después continúa dándonos dolores de cabeza.
Yo recuerdo muy bien el día que murió el general, de hecho era la segunda vez que se me moría, su enfermedad anterior, una tromboflebitis, me pilló en Paris, con Carlos, mi amigo del alma y del que un día, y siempre con su permiso, os hablaré largo y tendido, y cuando deambulando, nuestra actividad favorita dada la precaria situación económica que disfrutabamos, por cualquiera de los bulevares de nuestro principal centro de operaciones, El Barrio Latino , nos cruzabamos con cualquier turista con pinta de español, y no se me pregunté porqué pero en 1974, en Paris, en el Boul'Mich, los turistas españoles tenían una inconfundible pinta de turistas españoles, le preguntabamos por la salud del general solían tener dos tipos de respuestas:
a) No sabían nada pero creían que era una dolencia sin demasiada importancia, respuesta de la que nosotros deducíamos que la censura del régimen estaba ocultando la extrema gravedad del general que estaba, prácticamente, agonizante.
b) Los que, como nosotros, tenían escasas simpatías por el general, su obra y su régimen, nos manifestaban que, junto antes de salir, un amigo, que tenía una prima que a su vez tenía un cuñado que trabajaba en la cafetería del Hospital , que hoy creo que se llama Gregorio Marañón, sin poder recordar su nombre de entonces, le había dicho que un celador afirmaba contundentemente que el general andaba pachucho, en definitiva, el general estaba , prácticamente, agonizante.
Cuando una o dos semanas después, la verdad es que no lo recuerdo bien, Le Monde informaba que el general reasumía el mando que, interinamente, había cedido al que a la postre fue su campechano sucesor, nos limitamos a comentar la mala suerte que había tenido Luis Ocaña en el Tour de ese año. Y a seguir celebrando, porque ,eso sí, llevabamos varios meses celebrando de que los militares portugueses hubieran puesto fin a su propio régimen, esperando, y confundiendo una vez más la realidad y el deseo, la llegada de nuestro propio MFA.
Un año después, algo más de un año, y después de un mes de septiembre muy complicado, en el que el general y sus ministros, solidariamente todos ellos, puesto que todos, de forma colegiada habían dado el enterado, habían decidido asesinar a unos jóvenes, el general, esta vez sí, se puso pachucho. El inesperado asesinato provocó las protestas de los de siempre: comunistas, rojos, masones, maricones, etc, el enemigo exterior que no cesaba en su campaña antiespañola, con la correspondiente respuesta patriótica en la plaza de Oriente y no descarto yo, que el fresquito de aquella mañana de octubre contribuyera al deterioro del general que, por más que intentaba disimular aparecía hecho un cascajo. A su lado, con aspecto serio y solemne, su designado sucesor, al que luego la ironía popular bautizó como el campechano, después, eso sí, de que el apodo inicial de El Breve, hubiera fracasado de forma estrepitosa, "Pa brevas nosotros".
Durante más de un mes, desde que comenzaron los rumores, a los que por razones obvias puse en razonable duda, de su enfermedad, el general fue deteriorándose, por más que un equipo habitual, en el que, al parecer de algunos de forma inexplicable, no estaba nadie habilitado para recoger la Copa de Él, sino que se trataba de un equipo de médicos reclutado por el yerno del general, un aristócrata de medio pelo, que entre juerga y juerga, había conseguido acabar la carrera de medicina, y que como mayor éxito de su vida estaba el haber conseguido los favores de la única hija del general, a la que el gracejo popular, sin demasiados elementos de juicio, creo yo, había dado en llamar la morita, malediciendo, sin duda, sobre la posible excesiva  cercanía de las tropas africanas , tantas, y tan efizcamente, comandadas por el general, y su señora esposa, conocida como la collares, en atención a las innumerables vueltas de collar de perlas que portaba ostentosamente.
Yo estoy convencido de que por más que hubiera nombrado a Campechano como sucesor ,el general no tenia previsto morirse nunca, es más, creo firmemente de que estaba convencido de que era inmortal porque no había Dios alguno capaz de tener el valor de llamarle a su lado, con el riesgo que suponía de que a la mínima le levantara el asiento. En ese escenario, no estando prevista la muerte, menos aún lo estaba su sepelio, y nada dejó el general dispuesto a tal efecto.
Bien es cierto que durante el mes largo en que el equipo dirigido por el yerno prolongó de forma cruel la agonía del general alguien podía haber pensado algo, pero....¿Quien tenia los bemoles de plantearlo? Circuló un chiste poco después de que un ojeroso presidente de gobierno anunciara el óbito a la nación:
"¡Españoles, El General ha muerto! a lo que una voz neutra respondía:
"¿Cómo se lo decimos?
En definitiva nadie era capaz de ponerle el cascabel al gato. Una vez que las "previsiones sucesorias", eufemismo tras el que se ocultaba la improbable muerte del general, se cumplieron y  Campechano juró los Principios del Movimiento Nacional, mientras su señor padre, hijo de un rey y que creía ostentar unos imaginarios derechos, lo veía por la tele, el encargado de decidir que hacer con los restos del general fue el propio monarca. No teniendo muy claro que hacer, debió pensar, todo esto lo supongo yo, que puesto que el general había puesto mucho interés en levantar un monumento que era la glorificación, pura y dura, de su victoria, que mejor sitio para dejar , al menos de momento, tan incómodos despojos, que igual concitaban amor y adhesión, no se olvide que fueron cientos de miles de españoles los que aguantaron inclemencias climáticas y horas de cola para dar un último adios, que aversión y desprecio, tampoco hay que olvidar que en los días inmediatamente posteriores a que el general fuera a pedir, o exigir, cuentas el consumo de vinos, cavas, e incluso champagnes se disparó muy por encima del tradicional de las fiestas navideñas.
Más de cuarenta años después el general, sus huesos o lo que quede de ellos, siguen ahí, de forma un tanto provisional, cubiertos por una piedra de Alpedrete, sin que nadie quiera hacerse cargo de él. Ni su familia, ni sus herederos políticos más evidentes.
A mí, personalmente, me importa un bledo lo que pase con los restos del general. Fui incapaz de derrotarle en vida no voy a ser tan mezquino de intentar derrotar su cadáver.
Sin embargo si me preocupa que el general siga ganando batallas, y es que, aunque no lo parezca, sus años de mandato  sirvieron para perpetuar su legado. Y no es precisamente el que defiende la fundación que se lleva su nombre.



3 comentarios:

Antonio Flórez dijo...

Claro, de ahí mi gusto por el 25 de abril, por encima incluso del 14 del mismo mes. Es más mío

Unknown dijo...

Felicidades por el artículo Javier. Buenísimo.
Yo sí que tengo una idea de dónde llevarle.
A cualquier cuneta de cualquier carretera como hay otros miles y su familia que le busque.

koki dijo...

Yo he de confesar que tal era el hermetismo en aquellos tiempos en muchas familias de este país que con mis 7 añitos no tenía ni idea de quién era el caudillo el día que se murio, tal fue la matraca con ese suceso que cuando volvimos al colegio (el liceo frances, uno de los pocos laicos en madrid) yo me sentía apenado de que el tal franco se hubiera muerto...y entonces el que es y siempre ha sido mi mejor amigo, con sus 7 añitos me regaño con su disertación antifranquista como miembro de la para mí desconocida comunidad comunista clandestina (su padrino era Chicho sanchez ferlosio)...fue un despertar algo precoz, pero en mi casa no hubo champán ni celebración, yo tenía dos abuelos, uno era mi héroe, lucho en el Ebro, corriendo siempre perseguido, según el, y me enseñó el himno de riego y lo cantábamos los domingos, todo esto en democracia, nunca antes, y el otro era una especie de mano derecha de Carrero blanco, estuvo a punto de ser fusilado en Madrid en la guerra varias veces, bueno una historia como tantas otras, un desastre nacional! Por cierto Javier que viejo eres compadre, jejejeje