jueves, 12 de julio de 2007

De lo que acontesció al hombre del rey

"Mi padre fue peón de hacienda
y yo un revolucionario,
mis hijos pusieron tienda
y mi nieto es
funcionario"
(Corrido de la revolución mejicana)

En mi condición de inerme hombre del rey destinado a la administración de sus reynos y haciendas, dícese en la jerga que hoy utiliza la plebe, funcionario , si bien hoy parece preferirse el término de empleado público con la pretensión, sin duda inadecuada, de encerrar en un mismo saco a aquellos que obtuvimos nuestra meritoria condición mediante un arduo proceso, en el que no sólo demostramos nuestros enciclopédicos conocimientos, sino un temple que para si quisieran funambulistas o tragasables, con aquellos que entraron al servicio de la Corona y sus reynos mediante la dactilar acción de cualesquiera de los innumerables validos, correveidiles, corregidores y secretarios, que sin tener ningún otro menester a lo largo de su jornada, dedicánse ora a glorificar las excelencias del rey y sus ministros, existan o no,las excelencias se entiende,ora a elaborar complicados procedimientos y protocolos, que devuelven a los pretendidos ciudadanos de los reynos a su verdadera condición de súbditos . Reciben estos sujetos los pomposamente modernos nombres de subsecretarios, directores generales, subdirectores e incluso jefes de área, en lugar de los más adecuados y reales de malandrines, buscapleitos, folloneros, calientasillas y acodabarras más acordes con su actividad consuetudinaria. Decía, al comienzo de mi discurso, y antes de que me desviara por otros vericuetos, que en mi condición menesteral de hombre al servicio del rey nuestro señor, en más de una ocasión, he tenido que ignorar aspectos inútiles y engorrosos que los complicados mecanismos ideados por las mentes, casi siempre ociosas, de los bellacos a los que antes me referí, de forma que el súbdito padezca menos trabas en las, ya de por sí complicadas, relaciones con los ministerios del rey. Para ello me ha sido de gran utilidad el uso del que los escolásticos llamaban "sensorio común" , y que todo el mundo da por supuesto que es el menos común de los sentidos, e incluso he procurado que los hombres bajo mis órdenes hicieren de esta práctica una de sus máximas. Y lo he hecho a sabiendas de que esa actitud iba a menoscabar mi propia carrera, pues deben saber vuesas mercedes, que para el acceso a determinados rangos es conditio sine qua non el ponerse en manos de cirujanos o sacamuelas con el objeto de ser objeto paciente de una operación de trepanación, en estos tiempos modernos llamada lobotomia, tendente a eliminar de una forma total el sentido común y una porción de inteligencia directamente relacionada con la rimbombancia del nombre del rango a obtener. Claro que más sacrificados son nuestros compañeros de armas desde capitanes a simples arcabuceros, bien castellanos cristianoviejos o luteranos lansquenetes, que son privados de toda suerte de sensatez e inteligencia, para así, y en nombre de fantasmagóricos entes como dios o la patria, abordar tareas que solo inconsecuentes u orates serían capaces de intentar llevar a buen puerto.
Con estos antecedentes se halla uno un tanto capidisminuido cuando, en su condición de súbdito, se ve en la necesidad del concurso de otros hombres del rey ajenos a la dependencia o corregiduría en la que aqueste hidalgo suscribiente presta sus mal retribuidos servicios. Voy pues a relatar lo acontecido a éste vuestro servidor, esperando que sirva para solaz de vuesas mercedes:
Pasan ya más de siete años del Señor, del fallecimiento de mi padre, el hidalgo castellano D. Claudio García. Como se daba la circustancia de que era mi progenitor hombre precavido, aunque en este caso sólo valía por uno, había depositado, con el fin de asegurar el futuro de mi madre, su viuda, Doña Petra Centeno, parte de los ahorros en una entidad, de la que no interesa el nombre, que en otros tiempos se hubiera calificado de usurera, siendo hoy sin embargo calificada de utilidad pública y recibiendo el nombre de bancaria. Notoria era la precaución del castellano hidalgo, de manera que redactó un documento, llamado testamento, que autentificado por un escribano, que sin ser hombre del rey goza de todos sus privilegios y no sufre ninguno de sus inconvenientes, y que parece ser recibe el nombre de notario,y que debería servir, el testamento que no el escribano, para dejar claro que era la voluntad de mi padre que esos ahorros pasasen a mi madre. Parece ser, aunque no es el caso de mi padre, que hay gentes de parecer más tornadizo, y que en el decurso de la vida, cambian de idea en función del comportamiento de sus posibles herederos, de manera que elaboran más de un testamento, teniendo validez el redactado en la fecha más cercana a la del óbito del testador. Para tener en cuenta esta casuística, la de más de un testamento por testador, ha creado la Justicia del Rey nuestro Señor, un registro llamado, de forma incomprensiblemente certera, de Últimas Voluntades en el que se refleja cual es el último testamento del fallecido, si lo hubiere, y el nombre del escribano que lo tiene en depósito. Es este el documento que la entidad, otrora usurera y hoy bancaria, exige para hacer efectiva la voluntad última de mi padre. Y es aquí donde comienzan las tribulaciones de este, creo que sensato, súbdito.
Conocedor, puede que de una forma somera, de los grandes avances de la Ciencia y Técnica modernas , siendo prueba de ello que no me dirijo a vuesas mercedes utilizando pergamino y pluma de ganso, sino utilizando un medio que antaño hubiera sido considerado, como poco diabólico, y que nos permite transmitir hechos y datos a la velocidad de la luz, que para los legos en la materia es cuasi infinita, tengo conocimiento de que cada instancia de la administración del reyno, o ministerio, tiene elaborado un avanzado sistema de acceso, que permite conocer, sin llegar a tener que efectuar la presencia física en una primera instancia, el procedimiento a seguir. Así tuve conocimiento, erróneo según veremos a continuación, de que había de dirigirime al número 169 de la madrileña calle de San Bernardo, sede central de la Justicia del Rey nuestro Señor, para solicitar el requerido documento, y despues del desplazamiento, en un medio de transporte subterráneo notablemente incómodo pero que antes era rápido, y últimamente no tanto, ponen en mi conocimiento que allí solo me facilitan el impreso de solicitud y las normas para rellenarlo, siendo preceptiva su entrega en el número tres de la también madrileña plaza de Jacinto Benavente. Una vez manifestada mi perplejidad por la incoherencia del proceso, ante una compañera de oficio que puso cara de: "Habla cucurucho, que no te escucho" terminé, un tanto atribulado, la primera etapa de mis desventuras, retornando a mis cuarteles y posteriormente a mis lares serranos.
Una vez en mi casa solariega, rodeado de mis familiares y otros animales, puse todos mis sentidos en comprender las instrucciones del documento a rellenar. El documento en cuestión, no era otra cosa que una carta de pago, en la que junto a los datos del solicitante, yo mismo, y del fallecido, mi señor padre, tenía que quedar constancia de que, en una entidad bancaria cualquiera, había hecho un ingreso de tres euros (moneda que modernamente ha sustituido a reales, doblones, pesos, duros, escudos y pesetas) y cuarenta de sus centésimas partes. Añadían las instrucciones, y esto tiene importancia para comprender los sucesos que vendrán a continuación, que junto al impreso referido debería adjuntarse el certificado de defunción original, supongo que para demostrar que el muerto está efectivamente muerto. Aquí, el sentido común que suelo emplear y recomendar que se emplee, me jugó una mala pasada, pues si bien no tengo el documento original, que está en poder de una persona que comparte apellidos con mi fallecido hermano y conmigo, y con la que no tengo ninguna relación ni ganas de tenerla, sí obra en mi poder una copia cotejada y compulsada con el original, según consta en el reverso del documento, copia, que hasta ahora yo creía con la misma validez del original.
Al siguiente día me levanté con ánimo decidido, y desde mis cuarteles, previo paso por una pequeña venta, ahora llamada cafetería, donde además de beberme un café con leche pude, a través de un aparato moderno que permite ver imagenes de sucesos que están sucediendo en otro lugar,contemplar, con cierto espanto, como en la ciudad de Pamplona, capital del Reyno de Navarra, unos arriesgados jóvenes, y algunos no tanto, corrian delante de unos enormes animales familiares o descendientes del mítico uro, parece ser que unos mansos y otros bravos sin que quede muy clara la diferencia, sin otro objetivo que evitar ser alcanzados, corneados o pisoteados. Mi dichoso sentido común aconsejaría que para no ser ni corneado, embestido o pisoteado por ningún toro no hay nada mejor que no ponerse delante de él, dado que no es obligatorio, pero parece ser que mi sentido común está necesitado de una urgente puesta al día. La decisión en mi ánimo quedó un poco nublada por la estupefacción con la que había visto tan peculiar forma de celebrar una fiesta, a pesar de lo cual traspasé con energía el umbral de la entidad titulada Caja de ahorros y Monte de Piedad de Madrid a la que iba a hacer depositaria de la cantidad, tres con cuarenta, que me exigía la justicia del rey. Mientras esperaba, y hube de esperar un buen rato, pues en esta época de estío son muchos los menestrales que disfrutan de su descanso anual, me atenazaron los nervios y el desasosiego, pues aparecíame como ridícula la exigua cantidad que iba a depositar, pero se trataba de temores infundados y pude realizar mi depósito sin especiales dificultades.
Volví a tomar el medio de transporte al que antes me referí, comprobando que los actuales corregidores de la Corte, don Alberto Ruiz y doña Esperanza Aguirre, habían conseguido, no se si de consuno o en fraternal competencia, siendo ambos feudatarios del registrador gallego don Mariano Rajoy, una más que notoria ampliación de los parajes a los que es capaz de llegar el subterráneo artilugio, y tambien que tan importante crecimiento en la cantidad de los servicios a prestar, había ido unido a una imparable merma de su calidad, asi pués desde el pago conocido como Valdeacederas hasta la Puerta del Sol donde acabó mi inicial periplo, sufrí un sinnumero de acelerones y frenazos , amen de detenciones sin cuento, lo cual alargo incomprensiblemente la duración del viaje. Una vez que recorrí, por la calle de Carretas, plagada de posadas, mesones, ventas y ventorros, que invitan al apseante a saciar la sed y calmar las hambres, me apresté, con la seguridad que me dió la facilidad con la que solventé la gestión en la entidad bancaria, a resolver el trámite que separaba a mi madre de sus ahorros, pero he aquí que la encargada de aceptar la documentación que uno aportaba, se negó en redondo a hacerlo, argumentando la exigencia del original, o mejor expresado literal, del certificado de defunción, no siendo válidas copias de clase alguna, compulsadas, autentificadas o incluso dibujadas a mano por el mismísimo pintor de cámara, si es que hubiere existido, intenté argumentar aplicando mi bálsamo de Fierabrás, la aplicación del sentido común: ¿Qué interés podía tener yo en falsificar, utilizando sofisticadísimos mecanismos, el certificado de defunción de don Claudio, mi progenitor? Al no darme otra explicación que: "Se trata de órdenes de la superioridad, que yo jamás discuto", puede que se me alteraran los nervios, y no digo que no hiciera mención a la posibilidad de una brusca detención del proceso evolutivo en algún remoto miembro de su familia, lo cual la igualaba intelectualmente al mandril y físicamente a algún posible cruce entre alguna hija o hijo de Laurenti Beria, y un pez gato de sexo contrario. Inmediatamente acudieron unos hombres armados de trabucos y arcabuces de tamaño reducido, que uniformados de forma no reglamentaria para ser soldados del rey, me invitaron de forma contudente a abandonar las dependencias, no sin antes advertirme que el documento que necesitaba lo podría obtener en la calle Pradillo número 66. Sin rechistar, ya que además de ser de natural cobarde, no poseo destreza alguna en el uso de las armas, incluso en mi niñez al jugar con espadas de madera, la que yo llevare se enredaba indefectiblemente entre mis piernas proporcionándome toda clase de trompazos y batacazos, volví ha hacer uso del método de transporte ya habitual personándome en el 66 de Pradillo, comprobando que igualmente se trataba de unas dependencias de la Justicia del Rey nuestro señor. Pedí información, en el lugar para ello habilitado, y me dirigí al lugar adecuado donde, sin inmutarse, me comunicaron que el documento en cuestión tardaria unos tres días en estar a mi disposición. Intenté una vez más la via del razonamiento, aplicando esta vez el argumento de lo mucho que han avanzado las ciencias y la técnica, permitiendo, de una forma casi inmediata el conocer de cualquier súbdito del rey, cuando y donde ha nacido, donde vive y en que trabaja, y por supuesto si está vivo o ha pasado a mejor vida. Todos mis razonamientos fueron inútiles y decidí apesadumbrado retirarme, no fuera a ser que volvieran aparecer malandrines como los que me desalojaron de las anteriores dependencias. Cuando salía escuche como un súbdito, o aspirante a serlo, de rasgos y acento que inequívocamente delataban su orígen en las Indias Occidentales, se quejaba de que no bastara con su evidente presencia, para demostrar que estaba inequívocamente vivo, sino que le era necesaria una cédula de nacimiento, expedida en su lugar de origen con la que podría solicitar un documento llamado fe de vida. Mientras caminaba, camino de mi tortura subterránea esbocé una sonrisa, mientras recordaba la moraleja que el infante don Juan Manuel pone en boca de Patronio el ayo del Conde Lucanor, despues de referirle "Lo que acontesció a home que solo comia atramuces"
"Por pobreça e merma de otras viandas nunca desmayeres, que otro más pobre que vos veredes"

4 comentarios:

AF dijo...

La culpa es de Caja Madrid. Mi padre ha tenido el mismo problema con una cuenta conjunta con mi madre en Openbank, y ha sido mucho menos farragoso.

Y eso le pasa a usted por provocar los odios vesánicos de la burocracia, bestia temible y de color predominantemente pardo.

Usted lo pase bien.

animalpolítico dijo...

Me lo he pasado muy bien con su estilo atemporal. Qué risa, madre. Y qué patéticos.

Anónimo dijo...

Hola,soy un vecino de Alpedrete que ha abierto un nuevo blog ( www.lacoctelera.com/forodealpedrete ) y busco que me mandeis articulos interesantes para publicarlos.

Lo podeis mandar a foroalpedrete@gmail.com

Osaposa dijo...

Conociendo su gusto por el "Roman Paladin", como articulo editorial es bueno, pero hacerse con el sujeto del drama es muy dificil, ya que es Usted un tanto farragoso.
Bien yo tambien soy "empleado publico", trabajando cara al publico, y le dire que Ud., debe saber como colega que todos los males del Reino pasan por el mal hacer de los FUNCIONARIOS.
Le dire que normalmente como Usted ha dicho el problema deriva de los ociosos, que cuando les da por pensar son terrorificos, y somo los funcinarios los que tenemos que aplicar sus retorcidos pensamientos sobre la norma legal y dar la cara; para colmo de males los FUNCIONARIOS piensan que para estar cara al publico vale cualquiera, la telefonista que se ha quedado sin voz, el fontanero que tiene dermatitis, o simplemente cualquiera que pasara por alli. No hay mayor equivocacion que esto, para estar cara al publico, tanto como funcionario o como trabajador de empresa privada se necesitan unas condiciones especiales, que podemos dividir en A) tienen que ser personas educadas, con grandes dosis de paciencia, saber escuchar y entender lo que se le pide, y una gran capacidad analitica y de sintesis. B)Conocer profundamente el medio en el que trabajan, porque nos piden lo que nos piden, saber, sin saltarse la norma y cual es el vericueto para conseguir en el menor tiempo posible lo que nos demandan; iniciar las conversaciones tratando de llevar al usuario a nuestro terreno, tener grandes conocimientos sobre la administracion y culturales.
Es decir ser todo lo contrario a lo que nos encontramos en las "ventanillas"
La soluciona: hacer todos las correspondientes reclamaciones razonadas, dandoles ademas toda la publicidad posible en los medios, si entre todos bloqueasemos sus e-mail's, atenderian las peticiones de otra manera. Parece quela Señora Vicepresidenta ya ha dado el primer paso enfrentandose a los FUNCIONARIOS. Paciencia y barajar