El "¿Porqué no te callas?" con la voz bien alta y un notorio tono de cabreo, estoy seguro que va a ser el próximo politono de éxito en los teléfonos móviles de la caverna patriótica, puede que, incluso tenga más éxito que los superventas: "¡Se sienten coño!" o "Váyase señor González!". Y es que Don Juan Carlos de Borbón y Borbón (doblemente Borbón que ya es serlo), se comportó como los patriotas esperaban. Y el mismísimo Federico Jiménez Losantos, que no ha mucho, clamaba por su abdicación, dejándo el cetro, en las manos, y la corona, en las sienes, de ese querubín llamado Felipe de Borbón y Grecia (en realidad Grecia es un apellido inventado que viene a sustituir a la docena de Sajonia-Coburgo y otros que componen la dinastia Glücksburg, a la que pertenece su mamá), esta mañana en la Radio Bonete aplaudía a su majestad. Igualmente la derecha patriótica ha a plaudido hasta rabiar lo que gente con más sentido común no ha dudado en calificar como una salida de pata de banco. Porque, por más que pueda aprecer inapropiado, por el lugar, que no por el contenido lleno de verdades como puños, mandar callar a un jefe de estado que, como poco, tiene el mismo status que el monarca, y desde luego mucha más legitimidad, dice mucho del talante, que va perdiendo campechanía a medida que, por mor de los años, aumentan canas, calvas y prominente barriga, de su real persona. Un rey como él, que une dos legitimidades: la de la sangre que le hace primo, en mayor o menor medida de todas las casas reales europeas, tanto las reinantes como las depuestas, y la más importante sin la cual la anterior hubiera sido papel mojado, la designación del caudillo Francisco Franco Bahamonde, como sucesor a título de rey; un rey como él, heredero de aquellos que afirmaban que en sus reinos no se ponía el sol, heredero de aquellos que impusieron, a sangre y fuego, una religión y unas costumbres ajenas a la cultura de los nativos, heredero por línea directa de Luis XIV, el rey sol: "L'Etat c'est moi", aunque también de Luis XVI: "Au revoir, ma chère tête"; un rey com él, no puede consentir que un sambo, la más baja de las mezclas, la del indio nativo con el negro esclavo, ose atacar a uno de sus queridos súbditos, por más que el súbdito en cuestión le ninguneara cuando lo tuvo directamente a su servicio como presidente del gobierno de su graciosa majestad, por más que el súbdito en cuestión tuviera un poco aclarado papel, ¿por dónde anda el embajador Viturro ? en el intento de Pedro Carmona, empresario venezolano, ¿apoyado por empresarios españoles? ¿con el visto bueno de los gobiernos de España y EE.UU.? de acabar por la fuerza con la aventura bolivariana del sambo Hugo Chávez.
No son demasiadas las misiones que la vigente Constitución encomienda al jefe del Estado, y si las que tiene las hace mal pues queda clara la eficacia de la institución. Afirma Gaspar Llamazares, aportando simplemente sentido común, que "La reacción a una denuncia no puede ser nunca salirse de una reunión", esto parece evidente y además, él no es quien para decidir ausentarse, puesto que sus actos en el ejercicio de sus funciones como jefe de estado tienen que estar sujetos a las decisiones del Gobierno. Así pues,si no le gustaba lo que estaban diciendo Hugo Chávez y Daniel Ortega, o si alguno de ellos le despertó abruptamente de una de esas siestecillas a que nos tiene acostumbrados cuando asiste a un acto no particularmente ameno, su obligación era haberse estado calladito y en silencio, escuchando lo que decía el presidente Rodríguez Zapatero.
Hace no demasiado tiempo tuve una fuerte discusión, sin salirnos de madre, con un norteamericano de los que podríamos llamar progresistas, votante del Partido Democráta, y participante activo en todo tipo de campañas en favor de los derechos civiles. Este hombre era, y es, un acérrimo defensor del sistema político norteamericano, y cuando yo le atacaba por el flanco que yo entendía más débil, y que no era otro que el incontrovertible hecho de que su sistema político había permitido que llegara George W. Bush a la presidencia, mi oponente , a parte de recordarme que en su país sería impensable un debate sobre si debe enseñarse religión en las escuelas públicas, algo que nuestro superior sistema no ha conseguido eliminar, me dijo literalmente, y con el excelente castellano que tiene: "Cualquiera de mis dos hijos puede soñar con ocupar un día la más alta magistratura de la nación, el tuyo no". Sin comentarios
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