Escribe Don Ricardo, al dictado, sin duda, de Moscú, una vitriólica entrada, con su estilo, que tengo que reconocer que a mí me gusta, profundamente provocador. Una entrada, en la que pone a caldo a todo Dios, expresión en este caso muy acertada, llegando a afirmar que No respeto ni a la religión, ni a Dios, ni a los creyentes, ni a sus creencias, y mucho menos a la Santa Madre Iglesia y a sus odiosos prelados. Ni que decir tiene, y que Don Ricardo y yo estemos de acuerdo es mucho más normal de lo que algun desaprensivo cree, que comparto c por b los argumentos expresados en esa entrada, por más que yo siga siendo, porque ellos, y no sé exactamente quienes son ellos pero creo que nos entendemos, así lo quieren, oficialmente miembro de la Iglesia Católica Apostólica Romana. Ya he expresado en más de una ocasión, y con enorme respeto hacia quien lo haya hecho, que no pienso perder ni un sólo segundo en darme de baja, apostatar, o como se llame. Si ellos quieren engañarse es problema exclusivamente suyo, suyo y de un gobierno, en este caso patético gobierno, que deja engañarse, sabiendo perfectamente que está siendo engañado, con unas cifras irreales de adeptos que le sirven de coartada para financiar con generosa largueza a una religión que dudo mucho que llegue a practicar el 10% de la población, porque el 10% de la población significaría que cada domingo hay, aproximadamente cuatro millones de españoles que acuden a misa. Ni jarto sopa. Pero no es de ese tema de lo que yo quería hablar, o mejor escribir porque si me limito a hablar los que me leen no podrían leer nada porque nada habría escrito. De lo que yo quería escribir, y es de lo que voy a escribir, es de la extrañeza que me produce que las palabras del nuevo obispo de San Sebastián, haciendo alusión al drama de Haití, hayan producido escándalo cuando no hacen sino repetir la doctrina de la Iglesia desde hace más de dos mil años: esta vida, que no deja de ser un valle de lágrimas, es una antesala, un tránsito, hacia una vida más importante, perdón no más importante, la única importante, la vida eterna. El cristianismo, desde el Dad al César lo que es del César al, aún más significativo bienaventurados los mansos, contiene una filosofía profundamente reaccionaria. ¡Es la hostia! eleva a cualidad positiva la mansedumbre, una cualidad tan importante que permitirá poseer la tierra , pero ¡ojo! no nos equivoquemos, no esta tierra que el campesino riega con su sudor y trabaja con sus manos, como canta la popular copla, sino la "tierra prometida", es decir el cielo. La de aquí, la que nos da de comer después de haberla trabajado, puede seguir siendo del amo, que si acaso, sino se arrepiente de sus pecados y por aquello del camello y el ojo de la aguja, puede, aunque la evolución del pensamiento oficial cristiano le va a ir ofreciendo múltiples escapatorias, condenarse. ¿Hay muestra más reclacitrante de machismo irredento que el tratamiento que da el mesias, el maestro a la mujer adúltera? Cierto es que pide el cese de la lapidación, pero no por reconocer el derecho de la mujer a acostarse con quien le de la gana, sino porque el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Que nadie se equivoque, para un marxista, que tiene en el materialismo histórico uno de sus principales instrumentos de análisis, el cristianismo, que sirvió para efectuar la transición desde una sociedad esclavista al feudalismo, pese a su moralidad reaccionaria, supuso un progreso social. Pero ya desde finales del Imperio Romano y la alta Edad Media, cuando se convierte en la religión oficial, y hasta nuestros días, el cristianismo católico se convierte en el crisol en el que se funde todo lo más reaccionario, y sin negar el papel que pudiera tener el cristianismo reformado por Lutero en el ascenso de la burguesía en detrimento de la nobleza feudal, las diversas ramas del cristianismo han devenido en igualmente reaccionarias, como en el fondo reaccionarias son, la religion es el opio de los pueblos, todas y cada una de las religiones que han ido jalonando la historia de la humanidad, y muy especialmente las monoteistas. Ha habido muy bienintencionados intentos de conciliar religión, fundamentalmente la católica, y progreso o revolución. Todos han fracasado, desde Camilo Torres el cura colombiano que terminó cambiando la sotana por el fusil en las filas del ELN, hasta los intentos muy estimables y admirables de personas de la grandeza de Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno y Joaquín López, vilmente asesinados o Jon Sobrino, que se salvó de milagro. Todos ellos, siguiendo, fundamentalmente, a Leonardo Boff , dieron cuerpo a la Teología de la Liberación, un movimiento que alcanzó, y no sé si sigue manteniendo, un bien ganado prestigio por su compromiso con los pobres, los desheredados y los oprimidos, pero que nunca recibió el placet de la jerarquía. Y no lo recibió porque era imposible, porque esa búsqueda, para mí legítima, de la liberación en esta tierra en la que vivimos, comemos, trabajamos y nos reproducimos, es en gran medida, sino lo es de forma absoluta, incompatible con ese mensaje de exaltación de la mansedumbre que impregna el discurso del supuesto galileo. Desde el cristianismo, católico o no, puede ser factible ser unas excelentes personas, y de hecho la mayoría estoy convencido de que lo son, amantes de su prójimo y practicantes de la mayor de las caridades, pero esa acción personal, que puede llegar a ser admirabílisima poco tiene que ver con la liberación de clase a la que aspiramos los marxistas, desde nuestra perspectiva de lucha revolucionaria. Sobradas razones tenía, desde su óptica ideológica, el archirreaccionario Karol Wojtyla cuando abroncó al, entonces, ministro sandinista Ernesto Cardenal. No dice, pues, algo especialmente escandalizante el obispo Munilla cuando, desde el punto de vista teológico, se siente más preocupado y dolido por la paulatina desreligionación (el palabro no parece muy afortunado) de la sociedad española, que cada vez les hace menos caso, excepto para actos meramente sociales como bautizos, comuniones, bodas y funerales, porque ello conlleva la condenación eterna, que por los centenares de miles de muertos haitianos, que , a lo mejor, aunque la mayoritaria práctica del vudú no augura nada bueno, acceden a la vida eterna. Y estoy seguro de que el obispo Munilla ha sentido la misma compasión que hemos sentido los demás, porque es un ser humano como lo somos todos, cuando ha contemplado las imágenes del drama. Lo que ocurre es que ha aportado una más que ortodoxa visión, desde la óptica cristiana, quitando importancia a los sufrimientos de este mundo para resaltar el gozo de la vida eterna. Una vida que para los marxistas es científicamente, no improbable, sino directamente imposible. A mí, desde luego, no me han escandalizado, las declaraciones de este obispo tan, por otro lado, controvertido, ni me escandaliza la postura oficial de la Iglesia romana sobre el aborto, el divorcio, los homosexuales o el papel, y los derechos, de la mujer. Son las que siempre han mantenido, y mantendrán. Son consustanciales con su visión del mundo, allá ellos, con ese discurso, y a pesar de que no nos borren de sus archivos y registros, cada vez tienen menos seguidores e incluso menos clientes para su cuidada parafernalia ritual (hay que reconocer que una buena boda católica con música, niños con arras y todo el copón tiene su atractivo).
Lo verdaderamente escandalizante es que pretendan, y consigan, imponernos sus puntos de vista amparándose en una presencia social que ni siquiera pueden demostrar.
Y más escandalizante es que se mantengan y alimenten con el dinero de todos.
Y produce escalofrios que este gobierno, cuyo presidente, próximamente se va a ir a rezar con el avatar Obama, se pliegue, sistemáticamente a las exigencias de tan minoritario sector de la sociedad.
Y mueve a hilaridad que este mismo gobierno aparezca, a ojos de algunos, como el campeón del laicismo.
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Hace 2 semanas
1 comentario:
Quisiera, si se me permite, puntualizar algunas cosas (dado que en el fondo discrepo profundamente con el autor).
- En cuanto al número de católicos "efectivos", si entendemos por ello los que se retratan colocando la X correspondiente en la declaración de la renta, en 2008 habrían sido unos 8,5 millones. Usted podrá poner en duda el fervor de su militancia, pero de hecho marcan la casilla de la Iglesia. Para que nos hagamos una idea, en las últimas elecciones generales, votaron a IU 1,3 millones de personas. Somos pocos, pero todavía somos unos cuantos y algo podremos opinar, digo yo.
- En cuanto a las declaraciones del obispo Munilla, me extraña (bueno, no tanto) que la izquierda española le haya tirado a la yugular. Porque ha venido a decir lo que la izquierda clásica ha dicho siempre: la catástrofe verdadera no es el terremoto, sino el consumismo y la indiferencia de Occidente. O sea, que hay pobres porque hay ricos, hay explotados porque hay explotadores. El terremoto es inevitable, pero sus consecuencias no son las mismas en Puerto Príncipe que en Tokio o en San Francisco. La catástrofe moral (que es por lo que le preguntaban en la entrevista) no es el terremoto en sí, sino la situación de subdesarrollo provocada por la autocomplacencia capitalista. Pero de ahí se sacan unos titulares, y ya tiene carnaza el anticlericalismo para demostrar su superioridad moral sobre el reaccionarismo religioso. Cosa que, por otra parte, yo no entiendo en un comunista, puesto que la emancipación de la clase trabajadora no es una cuestión moral, sino una consecuencia inevitable del devenir histórico y de las contradicciones del capitalismo. Yo no creo en esas liberaciones, que sacrifican al individuo en el altar de la clase; y de hecho, históricamente el comunismo ha dejado detrás de sí un interminable cementerio con los sacrificados en el altar de la "revolución proletaria". Comparto con el autor el deseo de una sociedad más justa, pero si a él el cristianismo le parece poco apto para llegar a ella, con todos mis respetos creo que el comunismo ya ha demostrado suficientemente que si puede cambiar algo, generalmente será a peor.
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