martes, 26 de enero de 2010

Parábola del pescador sin suerte.

A Julián Jiménez
con quien lo tenía prometido


Había un pescador al que la suerte le era esquiva, por más que era diligente y ni un sólo día, ni estando enfermo de gravedad extrema, faltaba a la cita con su oficio. Extremaba siempre, este buen hombre, el rigor para ejecutar, de forma medida, cuidadosa y exacta, todas y cada una de las obligaciones que exigía su trabajo. Tal y como se lo había enseñado su padre, que a su vez lo había aprendido de su abuelo, y así podríamos remontarnos hasta que alguno de los descendientes del superviviente Noé, una vez olvidado el incidente merced al cual se vieron rodeados de agua por más tiempo del conveniente, decidió abandonar las tradicionales labores de agricultura y pastoreo para adentrarse en los mares en busca de alimentos que completasen una dieta, que hasta entonces,tenía un contenido en colesterol excesivo. Le era hasta tal punto esquiva la fortuna que, a pesar de su buen hacer, nunca jamás conseguía que en sus redes cayera pez alguno. Se extrañaba este buen hombre de que otros pescadores, con las redes mil veces remendadas, con peores barcos, impulsados por velas agurejeadas, unas veces más y otras menos, llegaban con pescados listos para ser vendidos. Adornado de extraordinarias virtudes, de alguna de las cuales ya hemos hecho mención, como la diligencia y el espíritu de sacrificio, tenía, al fin y al cabo nadie es perfecto, un gran defecto: el orgullo. Nuestro pescador era extraordinariamente orgulloso. Y lo que, en la dosis adecuada, puede ser una virtud, pués nada bueno puede traer una excesiva modestia, y menos aún si es falsa, en exceso puede ser terrible como le ocurrió a nuestro buen pescador. Era tanto su orgullo que, con relativa facilidad, podría confundirse con el pecado capital de la soberbia. Era hasta tal punto orgulloso, que cuando el resto de pescadores de su cofradía, preocupados por el futuro de aquel puerto pesquero, para el que no era buena aquella falta de resultados, intentaron hacerle ver los errores que cometía, les despreció, les hizo notar sus redes deterioradas, sus velas remendadas, sus débiles esquifes a punto del naufragio y endureció sus oidos hasta que estos, únicamente, escucharon sus razonamientos. Se quedó sólo, perdió su patrimonio acumulado tras generaciones ejerciendo el oficio de la pesca, su familia le abandonó y acabó muriendo olvidado de todos sin saber que estaba echando sus redes en el mar muerto.
En verdad os digo, que como este pescador del mar muerto es el PP de Alpedrete, por más que todos le decimos que basar los presupuestos municipales en el retorno del ladrillo y de un PGOU especulador es abocarse al más espantoso de los fracasos, como el pescador que ocultaba su inmenso error tras los defectos de los otros, el PP de Alpedrete insiste, con extraña tenacidad, en destacar los defectos de los otros sin modificar un ápice los aspectos básicos, y peores, de su Plan.
Claro que, el pescador, pobre pescador, pecador pescador, nunca tuvo otro objetivo que el de pescar pescados, nunca pensó en pescar tesoros, menos aún en practicar la pirateria. ¿Tendrá el PP de Alpedrete, o alguien muy destacado del PP de Alpedrete, algún interés oculto?
Es posible que haya sorpresas.
Estaremos atentos.

1 comentario:

RGAlmazán dijo...

¡Qué bonita parábola alpedretense" ¿o se dice alpedreteña?
Usted, D. Bolche tenía que haber sido predicador, y a fe mía que se hubiera ganado bien las habichuelas. Sus escritos no tienen nada que envidiar a los de San Pablo.
¿Será usted capaz de convertir a la Petarda y a sus adláteres a la nueva religión?

Salud y República