Puede parecer que el drama de Gaza ha terminado, y puede parecerlo porque los informativos ya no nos bombardean con escalofriantes imágenes de las atrocidades cometidas por el ejército israelí. Atrocidades cometidas con el apoyo de la inmensa mayoría de la población residente en el Estado de Israel, tal y como lo demuestran los resultados de las recientes elecciones, en la que los partidos y agrupaciones de políticas proclives a un entendimiento con los palestinos han sufrido una severa derrota. Quiero aclarar, para que nadie coja el rábano por las hojas, que cuando me refiero a los residentes en el Estado de Israel, me refiero a los residentes en el Estado de Israel, practiquen o no religión alguna, y no a ningún grupo compuesto de heterogéneos orígenes y costumbres, vagamente unidos por la mesiánica idea, transmitida por la religión que practican o han practicado ellos o sus antepasados, de que tienen unos históricos derechos sobre unos territorios situados en Oriente Medio, por más que sean, y en muchos casos por generaciones, de Tucumán, Katowice o Amsterdam. Resumiendo cuando se habla de judios argentinos, polacos u holandeses, para mí, se está hablando de ciudadanos argentinos, polacos u holandeses que pueden tener en común un determinada práctica religiosa o unas determinadas prácticas culturales y sociales, y que tienen el mismo derecho a residir en Jerusalén que yo mismo, es decir todo, porque parto de la base de que todo el mundo puede residir donde quiera, acoplándose, como es lógico a los usos y costumbres de los que estaban antes. Quiero aclarar también, no vaya a ser que alguna mente calenturienta piense lo que no es, que tengo muy presente que seis millones de ciudadanos, por el mero hecho de prácticar una religión o tener unas costumbres como las que antes he citado, fueron torturados y asesinados por el nacional socialismo alemán, sin que ello condene in aeternum al pueblo alemán, en el que hay de todo como en botica, ni que otorgue a los supervivientes del holocausto, que nadie en su sano juicio niega, de derecho alguno a construir un estado expulsando a los que allí estaban. Y entramos en el espinoso tema de la legitimidad del Estado de Israel, más allá de la resolución de la ONU de 1948, puesto que una decisión de la ONU no tiene porque ser necesariamente justa.
No puedo resistir a transcribir un artículo publicado en Mundo Obrero, por un conocido hombre de teatro, convecino de Alpedrete y habitual colaborador de nuestra Asamblea, aunque no esté afiliado a ella, Benito Rabal:
En 1898 Teodoro Herzl, considerado el padre del sionismo, tras viajar a Palestina, declaró que el país era una tierra sin pueblo a donde debía ir el Pueblo sin tierra. El escritor francés - y judío - Max Nordau le dijo asombrado: "Pero en Palestina hay árabes. Vamos a cometer una injusticia". A modo de respuesta, Herzl expuso sus intenciones acerca de la construcción del futuro Estado de Israel: "La edificación del Estado Judío no puede hacerse por métodos arcaicos. Supongamos que queremos exterminar los animales salvajes de una región. Es evidente que no iremos con arco y flecha a seguir la pista de las fieras, como se hacía en el siglo XV. Organizaremos una gran cacería colectiva, bien preparada, y mataremos las fieras lanzando entre ellas bombas de alto poder explosivo."En 1917, mientras en las universidades francesas se enseñaba que los argelinos eran más parecidos a los monos que a los hombres, David Ben Gurion -padre también él, pero del Estado de Israel- afirmaba que "en un sentido histórico y moral, Palestina es un país sin habitantes". No ignoraba que el 90% de los habitantes eran árabes; decía simplemente que no existían como seres históricos o morales. Claro que esto iba en consonancia con el texto de la Declaración Balfour del mismo año, mediante la cual Gran Bretaña sentaba el moderno fundamento del Estado de Israel, declarando en carta a Lord Rotschild que "el gobierno de Su Majestad contempla con simpatía las aspiraciones Judías Sionistas sobre el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo Judío, y usará sus mejores esfuerzos para facilitar el cumplimiento de ese objetivo". Dos años más tarde, el propio canciller británico Balfour añadiría que "el sionismo, bueno o malo, es mucho más trascendente que los deseos y prejuicios de los 700.000 árabes que ahora habitan esa antigua tierra. En Palestina no pensamos llenar siquiera la formalidad de consultar los deseos de los actuales habitantes del país". En 1921 la Organización Sionista se preguntaba: "¿Quién ha dicho que la colonización de un territorio subdesarrollado debe hacerse con el consentimiento de sus habitantes? Si así fuera, un puñado de pieles rojas reinarían en el espacio ilimitado de América." La inmigración judía había comenzado a llegar a Palestina y las directrices del sionismo no dejaban confusión alguna. El trabajador árabe, el habitante desde hace más de 2000 años de Palestina, se convirtió primero en competidor del inmigrante, después en enemigo y finalmente en víctima. La Histradut, central sindical judía - socialdemócrata -, no les admite en su seno, les boicotea y prohíbe a las empresas judías que compren materiales trabajados por los árabes. David Hacohen, miembro de la Histradut y años después parlamentario israelí, intentaba explicarlo a los socialistas ingleses: "en nuestro país uno adoctrina a las amas de casa para que no compren nada a los árabes, se piquetean las plantaciones de cítricos para que ningún árabe pueda trabajar en ellas, se vuelca petróleo sobre los tomates árabes, se ataca en el mercado a la mujer judía que ha comprado huevos a un árabe, y se los rompe en la canasta…"El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea de las Naciones Unidas aprobó el plan por el que Palestina sería dividida en dos Estados, uno judío, Israel, y otro árabe, Palestina, que nunca llegó a convertirse en Estado. En ese momento había 1.200.000 palestinos que poseían el 94% de la tierra y 500.000 judíos que tenían el 6%. Pero, curiosamente, la mitad de las tierras de propiedad palestina caían bajo jurisdicción israelí, y en la mayoría de los casos, las aldeas árabes quedaban separadas de las tierras que cultivaban sus habitantes. El mapa de la partición fue votado bajo la presión de Estados Unidos, tanta que el Secretario de Defensa norteamericano, James Forestal, escribió: "Los métodos que se han usado en la Asamblea General para presionar y coaccionar a otras naciones, bordean el escándalo".Ese fue el pistoletazo de salida que puso en práctica el plan del sionismo para hacerse con la totalidad del país, aterrorizar a la población palestina de tal manera que abandonaran sus tierras. El 9 de Abril de 1948, los sionistas entraron en Deir Yassin, una pequeña aldea árabe a cinco kilómetros al oeste de Jerusalén sin importancia estratégica alguna y masacraron a 254 hombres, mujeres y niños. El autor del genocidio, Menajem Begin, aclaró sus motivos: "un pánico sin límites asaltó a los árabes, que empezaron a huir en salvaguarda de sus vidas. Esta fuga en masa se convirtió en un éxodo enloquecido e incontrolable. De los 800.000 árabes que vivían en el actual Estado de Israel, sólo quedaron 165.000". Abraham León, judío marxista de 26 años, escribió en Auschwitch en 1944, su último año de vida: "El sionismo, que pretende extraer su origen de un pasado dos veces milenario, es en realidad el producto de la última fase del capitalismo".Así es como se construyó el Estado Sionista de Israel y así continúa, fiel a su carácter colonial de último estado europeo. Es contra su esencia y fundamentos, contra lo que debemos luchar. Y también contra nuestros gobiernos que lo sustentan en base a su capacidad policial y de baluarte del capitalismo más feroz, asesino. El fascismo y el racismo, como el que practican los sionistas, no sólo son enemigos del pueblo palestino, sino de toda la humanidad, incluidos los judíos.
A mi me resulta complicado que alguien que se considere progresista no ponga en tela de juicio la legitimidad misma del Estado de Israel. A partir de ahí hablamos de terrorismo y de lo que haga falta
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Hace 2 semanas
2 comentarios:
Excelente post!
Coincido totalmente con la ultima reflexion.
Un saludo, amigo
Pues sí Bolche, la existencia de Israel supone una afrenta permanente a la razón y a la justicia. Un estado que se basa en cuestiones religiosas y étnicas no es algo precisamente de lo que uno puede estar orgulloso. Sus apoyos exteriores dependen tanto del capital en mayúsculas como del imperio a partes iguales y eso es algo que cualquier persona que se diga de izquierdas debería valorar. Izquierda e Israel son conceptos antagónicos
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