sábado, 23 de enero de 2010

Paris, julio de 1974

He dudado, lo cual tratándose de mi no es extraño porque mi vida es una constante duda, entre hacer esta entrada aquí o hacerla en ese entrañable blog colectivo llamado Abuelo Cebolleta, en el que por cierto hay una entrada de un estupendo fichaje del blog, Fritus, que nos da una idea, con unas pocas pinceladas, de lo casposa que podía llegar a ser la España de los años setenta, y eso que era la España, supuestamente desarrollada y divertida. He optado por esta bitácora, porque si bien lo que voy a escribir tiene un importante componente nostálgico, el corolario puede tener mucho que ver con el lema que inspira este espacio :

Destinado a reflexionar sobre el estado de la izquierda que no se resigna a tener un papel meramente institucional en la actual sociedad capitalista avanzada

Tal y como reza en el frontispicio de la bitácora.

Era Paris, era julio de 1974, desde hacía unos meses un general con monóculo era el Presidente de la República Portuguesa. Mi amigo, más que amigo, Carlos, una de las pocas personas capaces de conciliar su forma de vida con su ideología anarquista consecuente, y yo ocupábamos, y lo podría haber puesto con k porque el alquiler lo pagaban unos camaradas que se encontraban, eventualmente, en Valencia, una buhardilla, que tenía el inconveniente de estar encima de la vivienda de la casera, situada en el número 109 de la rue République, 92800 Puteaux . Era, y es, un pequeño nucleo urbano de la banlieu parisina, hoy rodeado de los enormes edificios que componen La Défense. Pero allí no vivíamos, sensu strictu, sólo dormíamos, excepto alguna que otra tarde en la que derrotados por el cansancio y el hambre, y el hambre física es, para mí, una de las peores sensaciones posibles, nos refugiabamos allí, para escuchar música en un viejo tocadiscos. Música de las que nos gustaba a nosotros, en aquella época para mí, y para mi compinche aún más, los Rolling Stones, Beatles,...etc, no eran más que la representación de una cultura pequeño-burguesa y decadente, y el hecho de que en la URSS no sonaran sus discos nos parecía un avance revolucionario. Lo nuestro era lo clásico Brassens, Brel, Ferrat, Ferré, en lo que se refiere a España Paco Ibañez, Llach,...etc. El drama chileno estaba muy reciente y teníamos, cuando estabamos en casa intentando olvidar nuestra poco boyante situación, un disco de Quilapayún sonando contínuamente:
Aquel disco contenía una canción popular rusa, Por montañas y praderas, que en la edición española del disco no figuraba, y no la he conseguido por más que he intentado encontrarla, porque aquel disco se quedó allí. No era nuestro, era propiedad de Miguel y Manoli ¿ Qué habrá sido de ellos? Cómo me gustaría poder expresarles la gratitud por habernos prestado cobijo sin más aval que el de ser dos jóvenes comunistas, Carlos era igual de anarquista que hoy pero mi influencia era mucha. Nos abrieron su casa y nos dejaron las llaves cuando se fueron a Valencia, porque eran valencianos, y según ellos les hacíamos un favor, porque la casera, y de esto doy fé, estaba deseando desalojarles, algo que haría en cuanto la casa se quedara vacía. Pero quien hacía el favor a quien es más que evidente. El término camarada, un calificativo que me sigue llenando de orgullo cuando se emplea referido a mí, alcanza, con esta forma de ejercer la solidaridad, su pleno significado. Para comprender porque de la edición española del disco había desaparecido esa canción basta con conocer la traducción que el grupo chileno había hecho de la letra:

Por montañas y praderas
avanza la división,
al asalto va a tomarse
la enemiga posición.

Rojo el bosque de banderas
en la marcha rumbo al sur:
son los obreros en armas,
partisanos del amor.

La gloria de esos combates
no se apagará jamás.
¡Adelante camaradas
los echaremos al mar!

Quedará en la leyenda
de esta guerra, este volcán,
los días de Balachaied,
los soldados del soviet.

Se acabaron lo bandidos,
se acabó la intervención,
nuestra marcha ha terminado
¡viva la revolución!


Mentar el soviet en la España de los setenta, era demasiado mentar.

Pero la mayoría de los días, excepto los fines de semana que solíamos dejarnos caer por Montreuil donde vivían, los también camaradas, Carmen y Julio , para perpetrar en casa de sus padres lo que hoy podríamos definir como un sablazo gastronómico, nos acercábamos hasta la estación de metro de Pont de Neuilly, que entonces, ahora han ampliado la línea hasta La Défense, era cabecera de línea, para desplazarnos, generalmente después de haber entrado sin billete, hasta Odéon o Jussieu, mediante transbordo en Châtelet, que hacía la función que tenía en Madrid la estación de Sol, para patearnos incansablemente nuestro barrio Latino: Boul'Mich, Boulevard Saint-Germain, Rue de la Montaigne de Sainte-Geneviève, Rue Saint-Jacques, jardin du Luxembourg, etc, para encontrarnos casi siempre con los mismos españoles, y celebrar con ellos, día sí y día también, la muerte de Franco, que a pesar de la tromboflebitis tardaría aún más de un año en cumplir con las previsiones sucesorias, lamentarnos de la mala suerte de Luis Ocaña , que un año antes había arrasado en el Tour e intentar ponerle monóculo al general Diez-Alegría, entonces jefe de Estado Mayor y con cierta fama de demócrata, para ver si se animaba y llenaba los fusiles de claveles. Cuando las tripas empezaban a sonar podíamos acercarnos, dependiendo donde estuvieramos, a los comedores universitarios de Mabillon o Jussieu donde por tres francos, que entonces se cambiaba a doce cincuenta, daban algo parecido a comida, y si había suerte podía aparecer una excursión de estudiantes españoles de vacaciones, que convenientemente impresionados por el relato de peripecias en un noventa por ciento inventadas y exageradas en el diez por ciento restante, podían acabar sufragando el condumio. Los días que había cerdo en el menú, no demasiados desgraciadamente, podía ser interesante sentarse al lado de algún comensal, presumiblemente, musulmán porque si era observante de sus preceptos religiosos, uno podía sobrealimentarse. Pero no eran pocos los días que nos comíamos una salchicha, castigadísima de mostaza, sentados en el Luxembourg aprovechando el verano, aunque en el verano parisino no es infrecuente la lluvia. Por la tarde, sino teníamos alguna de las reuniones conspirativas en las que, tras constatar que Franco, al que habíamos dado por muerto por la mañana, estaba vivo , había que diseñar una estrategia para tumbarle, o había una acto público en la Mutualité que igual podía ser del F.R.A.P. o de la L.C.R. , que entonces se llamaba L.C.R.-E.T.A. (VI), podíamos acercarnos a Nanterre, donde siempre había algo, cultural o políticamente hablando, interesante. Allí conocimos a un cantante salmantino llamado Paco Curto, que montaba unos, a mi parecieron, impresionantes recitados, o cantados, del cantar del Mio Cid, y con el que luego, y junto al resto de asistentes, todas españolas lo que tuvo consecuencias que un caballero no debe desvelar, nos fuimos de parranda, por supuesto sin gastarnos un céntimo. Como tampoco nos gastábamos nada cuando "comprábamos", algun libro en los puestos que había en la calle, quizás porque se nos olvidaba el último trámite, consistente en entrar en la correspondiente librería para abonar el precio. Esto no podíamos hacerlo cuando nos acercábamos a la rue Latran, detrás del Pahthéon, donde estaba la libreria de Ruedo Ibérico, primero porque hubiera sido moralmente reprobable y además porque, al fín y al cabo también eran españoles, era imposible, conocían el paño. En esa libreria, y también en los actos de la Mutualité, aprendí a distinguir a los policías españoles, supuestamente secretos. No sabría definir el porqué pero eran perfectamente reconocibles y distinguibles.

Y podría continuar con este ataque de nostalgia, efectivamente más propio del Abuelo Cebolleta, que de esta bitácora. Por eso me paro, porque necesito reflexionar sobre el tiempo transcurrido. La nostalgia tiende, inevitablemente, a destacar, puede que magnificándolos, y en ese sentido desvirtuándolos, los aspectos más positivos, más agradables, del pasado y tengo que hacer un esfuerzo, no excesivamente grande si soy sincero, para recordar los malos momentos, sobre todo el miedo, ese miedo que se fijaba en la boca del estómago cuando uno subía las escaleras del metro acudiendo a un salto (para los no jóvenes o no iniciados un salto era una manifestación relámpago, a la que sólo estaba convocada un reducido número de gente, un comando, con el objetivo de crear confusión, en algunos saltos un reducido número de miembros del comando llevaba cócteles molotov generalmente para usarlos contra entidades bancarias) o peor aún a una manifestación convocada públicamente y en la que era segura la presencia de la policía y por tanto las carreras, con lo poco que me gusta el ejercicio, habían de ser inevitables. O los pasos fronterizos con material prohibido en España, y no sólo por su carácter político, burdamente escondido entre la ropa interior sucia. Porque corrimos riesgos, porque la transición, ¡esa injustamente elevada a los altares, transición! no fue el camino de rosas que algunos nos quieren vender. Porque hubo muertos en Vitoria, porque asesinaron en Atocha a jóvenes camaradas, porque asesinaron en Montejurra, porque un comando de extrema derecha asesinó a Carlos González, porque otro comando de extrema derecha, o acaso el mismo, asesinó a Arturo Ruiz, y yo , y muchos más, estaba muy cerca, y en la manifestación para protestar por ese asesinato, y en la que participamos muchísimos, la policía, directamente la policía, esa policía a la que no mucho tiempo después nuestros dirigentes, valientes dirigentes de mierda, nos invitaban, cuando no exigían, aplaudir, asesinó a María Luz Nájera. Corrimos muchos riesgos y pasamos, yo al menos, mucho miedo. Pero....¿Mereció la pena?



Si uno recuerda momentos como este, momento en el que alguien, en nombre del Partido Comunista de España firmó la más infame de las rendiciones, no cabe duda de la respuesta. Si a mí, y como a mí a muchos, nos hubieran dicho cual iba a ser el resultado de nuestros riesgos y nuestros miedos, puede que hubieramos actuado de otra manera. Yo no me arriesgué, yo no pasé miedo para llegar a esto. Entonces pensaba, era el análisis correcto y mayoritario, que la democracia burguesa, así la llamábamos entonces y así la sigo llamando yo, era un mal necesario en el camino hacia un mundo mejor. Hoy no me queda otro remedio que modificar en parte esa afirmación se trata de un mal innecesario, y además contraproducente. Hoy no nos queda más remedio que jugar en ese escenario, porque no tenemos fuerza para cambiarlo, porque la fuerza que tuvimos, que puede que fuera más de lo que nos hacían creer, la dilapidaron, nos la dilapidaron, nos la robaron, la regalaron en nuestro nombre a cambio de pactos, chalaneos y componendas.


Sin embargo, personalmente, creo que me mereció la pena. Aprendí muchas cosas, forjé un carácter y sobre todo asenté unos principios, políticos básicamente pero también éticos, que siento hoy más fuertes que nunca, aunque alguno, creo que cariñosamente, me califique de inmovilista. Siempre supe que los reyes magos eran El Corte Inglés , a mi los regalos siempre me los trae Pável Korchaguin. Y sobre todo porque a mí, que evidentemente no participé en el mayo del 68, como a Rick y a Ilsa, y que se joda mi siempre odiado Laszlo siempre me quedará, el recuerdo de ese Paris, en el que me pude vestir de azul cuando toda España vestía de gris.


3 comentarios:

RGAlmazán dijo...

Antes de leer su entrada y que se me olvide, que uno ya empieza a estar mayor, ¿por qué no publica la misma entrada en "El Abuelo Cebolleta". Hay una parte de los lectores que seguro que son distintos. Y además cumple usted, que no escribe nunca allí.
¡Hala! me voy a leer su entrada, y si tengo algo que comentar, aquí volveré.

Salud y República

Este es el Blog de Arturo Peinado dijo...

Hola, me permito corregirte que la letra de la canción dice "Río Amur", es más, el título verdadero es "Partisanos del Río Amur", y la cantaban los coros del ejército rojo.

Saludos y felicitaciones por el Blog

Gracchus Babeuf dijo...

Antes del salto, yo sentía un sudor helado por la espalda. Pero afortunadamente, el miedo da alas, y no pillaron nunca.