Puede que la, por otra parte natural, llegada de los rigores del estío, cuando me pongo cursi, me pongo de verdad, esté provocándome alucinaciones. Pero, a veces, veo muertos. Y debo haber desarrollado con gran eficacia los órganos extrasensoriales, puede que sea un salto evolutivo, que permiten que estas visiones paranormales las perciba en multicolor, tres dimensiones y con olor, un intenso olor a muerto, olor característico que emana de los cuerpos en descomposición, sean animales o vegetales. No se trata de alucinaciones argumentalmente incoherentes. No. Existe, en todas ellas, un cierto hilo argumental, una determinada secuencia de acontecimientos, con su lógica narrativa que siempre, indefectiblemente, termina en un entierro. Un momento conflictivo, este del entierro, porque el muerto, por más que está definitivamente muerto, por más que sabe, porque este muerto sabe y conoce, que su resurrección no es solo improbable, sino imposible, se resiste a ser definitivamente sepultado. Esta resistencia a la inhumación puede hacer creer a alguien aquello de Los muertos que vos matais gozan de buena salud, afirmación que se atribuye a don Luis Mejía sin que aparezca, en ningún momento en el Tenorio de José Zorrilla. No es el caso, la muerte de los muertos de mis macabras alucinaciones no está provocada por mí, no son, por tanto, los muertos que yo mato, su muerte está, casi completamente, causada por ellos mismos y, ni mucho menos, gozan de buena salud, su salud es inexistente. La resistencia a ser enterrados no procede de ellos, sino más bien de los organismos, larvarios o bacterianos, que van contribuyendo a su putrefacción. En esa resistencia al sepelio, la cause quien la cause, intentan a arrastrar a otros, algunos puede que enfermos, y en ese intento reciben la colaboración, nunca desisenteresada, de enterradores y sepultureros. Estas alucinaciones que narradas pueden asemejarse a pesadillas y que vividas como si fueran reales, lo son, me producen un comprensible desasosiego, una razonable inquietud. Suelo afirmar, de forma a todas luces incorrecta, que yo nunca sueño. De forma más rigurosa debería afirmar que nunca recuerdo lo que sueño, y esta falta de costumbre de recordar lo soñado hace que la sensación que me produce ver, a veces, estos muertos y su entierro sea particularmente intensa, agobiante y angustiosa. Todos los muertos que aparecen en mi otro consciente, llamarlo subconsciente me parece impropio, acaban de la misma manera, y es un final que, en medio de la desazón, produce cierto alivio. Todos esos cadáveres son introducidos en ataúdes cerrados por una tapa en la que el tradicional cucrifijo mortuorio es sustituido o acompañado por el puño y la rosa y en el frontispicio del monumento funerario, destino final de las cajas fúnebres, se lee en diversos idiomas la palabra SOCIALDEMOCRACIA.
No hace falta ser Sigmund Freud, ni mucho menos José, undecimo hijo de Jacob y esclavo de Putifar para interpretar correctamente estos sueños, pesadillas o alucinaciones, al fin y al cabo no hay ocultos mensajes encriptados, estos están muy claros.
La socialdemocracia ese movimiento que lleva desde 1917 actuando como la quinta columna del movimiento obrero ofreciendo las migajas del Estado del bienestar, ha dejado de ser útil, y ha dejado de ser útil , entre otras cosas, porque ese estado de bienestar, desde los actuales parámetros del capitalismo especulativo, que ha terminado por imponerse como modelo, es, sencillamente, insostenible. Durante décadas, y como contrapunto a las penurias, desabastecimientos y colas que sufrían los trabajadores de los países del socialismo real, nos han mostrado los idílicos modelos de capitalismo renano, en Dinamarca, Noruega, Suecia o Alemania, olvidando, de forma consciente, que ese bienestar se sustentaba sobre una injusticia a nivel global, la explotación inmisericorde de recursos humanos y materiales de lo que se dió en llamar el Tercer Mundo.
El derrumbe del Telón de Acero, el crack del mundo socialista, fue el momento en el que la socialdemocracia comenzo a dejar de ser útil como muro de contención frente al fantasma que recorre el mundo. Los propios teóricos, de alguna forma habrá que llamarlos, de la socialdemocracia dejaron de creer en su modelo, produciéndose situaciones paradójicas como el hecho, en parte chusco sino fuera dramático, de que somos desde IU desde donde defendemos las conquistas que forjaron ese estado de bienestar en el que, definitivamente, no creemos, mientras desde el PSOE con un fatalismo que le costaría firmar al mismísimo Ángel de Saavedra Duque de Rivas , intentan apuntalar, apuñalando rastreramente, a los trabajadores, un modelo de capitalismo claramente lesivo para la mayoría de la población.
El propio fluir del discurso modifica la hipótesis inicial. Efectivamente, a veces, veo muertos, y cada vez con más frecuencia, pero no proceden de alucinaciones o espejismos, son muertos reales, políticamente reales, socialmente reales, y aunque su corazón siga latiendo y fluya sangre por sus venas, están definitivamente muertos. Muertos con cara y gestos, los de Rodríguez Zapatero, Pérez Rubalcaba o Pepiño Blanco, pero también los de Patxi López, o el inefable Tomás Gómez. Están muertos y comienzan a oler, lo mejor es que los entierren, y aunque acudamos a su sepelio, y aunque derramemos corteses lágrimas de despedida, tenemos que tener cuidado de no ser ni contaminados con su olor ni arrastrados a su tumba. Me asusto cuando escucho a compañeros que denuncian lo lamentable de la situación de nuestra Comunidad de Madrid, con Esperanza Aguirre, la derecha de la derecha, al frente, pero que no dejan claro que la alternativa no es, ni puede ser, Tomás Gómez. Me asusto cuando compruebo que alcaldes, con políticas ladrilleras y especuladoras, cuentan con miembros de IU en su equipo de gobierno. Me asustan algunas colaboraciones en gobiernos autonómicos. La oposición exigente e influyente fracasó. Ahora apoyamos la Huelga General.
Y allá los muertos que entierren, como dios manda, a sus muertos
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Hace 2 semanas
1 comentario:
A lo que parece viene duro el verano, señor Centeno. Yo hasta me he quedado unos días sin ordenador. En la mayoría de lo que en este apunte del blog escribe estoy de acuerdo con usted, aunque me gustaría matizar que a los entierros igual deberíamos ir para cerciorarnos de que el muerto está bien muerto y no se levanta. Como cuando se muera Carrillo, por ejemplo.
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