miércoles, 7 de julio de 2010

...6 de junio, 7 de julio, San Fermín...


A Pamplona hemos de ir
con una media, con una media,
a Pamplona hemos de ir
con una media y un calcetín.

A pesar de la escasa calidad poética de la letra y de que la música tampoco es un portento, esta canción, que es casi un himno, es conocida en, prácticamente, el mundo entero al ser el icono sonoro de la fiesta, o fiestas, con más renombre internacional de las que se celebran en España. No sé si la extensión de esta popularidad al conjunto del orbe se debe al novelista norteamericano Ernest Hemingway y en el fondo da un poco lo mismo, el hecho concreto, cierto, es que los sanfermines son conocidos en el mundo entero, y desde todas las partes del mundo proceden visitantes de los sanfermines . Sin duda los encierros ofrecen un atractivo añadido con su plus de emoción y riesgo. Pero encierros hay en otras fiestas españolas, puede que incluso con mas antigüedad que los pamploneses , sin embargo son los de Pamplona, y por ende el conjunto de las fiestas, los que están en el foco informativo no solo de España, sino del mundo entero. Si uno entra, en torno a las ocho de la mañana, en un bar cualquiera de Madrid, es más que probable que en el aparato de televisión del establecimiento, si es que el establecimiente esta dotado del mencionado aparato, este retransmitiendo el encierro correspondiente, y no se trata de una retransmisión cualquiera, ni mucho menos, los mayores avances en técnica televisiva son empleados, con cámaras lentas y superlentas, con cámaras subjetivas que producen el efecto de llegar a creer en la posibilidad de que un toro de más de 500 kg salga de la pantalla y se pasee entre los platillos provistos de cucharilla y azucarillo destinados a sevir de base a las distintas modalidades de café: solo, con leche, con leche largo de café, cortado, manchado, americano, descafeinado, con hielo, etc... que tienden a complicar la vida de los profesionales de la hostelería. Este derroche de medios es por algo, es rentable, y es que las fiestas Pamplona, los sanfermines, tienen algo especial, difícilmente definible que las hace especiales.
Allá por los años ochenta, sin discusión la época más turbulenta de mi vida, fui, consecutivamente dos años, a disfrutar de esas fiestas, y aunque detalles concretos recuerdo pocos, ya no los recordaba al día siguiente de retornar a Madrid, en lo que algunos psiquiatras llaman palimpsestos mentales, sé, positivamente, que me lo pasé muy bien saltando y bailando, cantando, con mi natural poder desafinante, canciones y tonadas de las que desconocía letra y música. Quizás sea ese su mayor éxito, se trata de una fiesta en la calle, y los actos institucionales o religiosos quedan siempre en segundo plano. Incluso algo tan tasado, pautado y reglamentado como son las Corridas (de toros, evidentemente), parecen en Pamplona y durante las fiestas, gozar de un régimen especial, con un protagonismo de las peñas inusual en cualquier otro lugar.
Este año, sin embargo, intuyo un San Fermin especial, con las calles parcialmente vacias, entre las ocho y las diez, más o menos, por mor del fútbol. Luego se retornará a cantar, saltar y, sobre todo, beber, bien para mitigar las penas, bien exaltar la alegría. No voy a pronosticar, ni a apostar sobre el resultado, pero advierto de que tengo dos discursos en función del resultado de esta noche. Los dos son válidos. Y no pienso dar a conocer el adecuado hasta, o bien mañana por la mañana, o bien la mañana del lunes.

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