La aprobación de la Constitución de 1978 fue, en el seno de la izquierda, mucho más controvertida de lo que hoy pretende hacerse creer. Eran los tiempos de mayor demagogia del PSOE que llegó, incluso, a formular un voto particular sobre la forma de Estado, eran los tiempos en los que los diputados del PSOE, con Alfonso Guerra a la cabeza no aplaudian al jefe del estado, eran los tiempos en los que era habitual, en los actos del PSOE, la proliferación de banderas republicanas hasta que a raiz de un congreso de Juventudes Socialistas, un artículo de El Socialista titulado La coña de la banderita dejó claro que el republicanismo del PSOE era puramente retórico (hoy ya ni eso). El peso de la campaña por el SI, siempre refiriéndonos a la izquierda, recayó fundamentalmente en el eurocomunista PCE dirigido con mano de hierro por Santiago Carrillo y otros que están en la memoria de todos. Se esforzaron los camaradas en intentar hacernos tragar la amarga píldora de dar el SI a un heredero impuesto por Franco (saltándose incluso la lógica dinástica). El argumento básico consistía en destacar que el texto constitucional consensuado con la derecha menos montaraz (la derecha franquista de Silva Muñoz y Fernández de la Mora que era parte importante de la Alianza Popular de Fraga Iribarne no se sumó a ese consenso) contenía aspectos socialmente avanzados que podían compensar aquellos que pudieran chirriar en demasía como la imposición de la monarquía o el peso explícito que se daba a la Iglesia Católica en el texto. A muchos no nos convenció. Los que por diversas razones estábamos fuera de la disciplina del PCE "oficial" (yo entonces militaba, y cada día estoy más orgulloso de aquella etapa, con los prosoviéticos del VIII y IX, denominación que hacía referencia a los congresos que nos había hurtado el carrillismo oficial) tomamos la decisión de abstenernos (ese fue mi caso) o incluso votar NO, si bien el voto negativo podía confundirse con el que pedía la extrema derecha. Los debates fueron intensos y dolorosos, y en mi casa, entre mis padres y yo incluso desagradables. No sólo los comunistas que estabámos fuera del PCE "oficial" hicimos campaña contra el texto de 1978, tengo la certeza de que muchos camaradas con el carnet del PCE en el bolsillo, sufrieron aquel 6 de diciembre un inesperado ataque gripal. A día de hoy no tengo nada que echar en cara a los camaradas que, honestamente, creían que aquel texto era un avance. Tenían sus razones y no era menor el temor a la vuelta a una situación que nos condujera de nuevo a la ilegalidad, lo ocurrido, con posterioridad, el 23-F-81, manifiesta, claramente, que los temores no eran infundados. Por otra parte en el PCE, en nuestros diversos congresos, hemos hecho un análisis autocrítico de nuestro papel en la transición, lo que no ha hecho nadie, y no estamos dispuestos a ir toda la vida con un cilicio y un látigo. A lo hecho pecho y a mirar al futuro, y en lo que a mí respecta no caeré en la tentación del "ya lo decía yo". Mi mayor de los respetos para los camaradas que entonces hicieron lo que hicieron, muchos de los cuales hoy siguen al pie del cañón, y eso es lo que importa. Hoy en 2011 comprobamos, en realidad venimos comprobándolo hace mucho tiempo, que aquel teórico quid pro quo se ha incumplido de forma flagrante, y ese sistemático incumplimiento se va a plasmar ahora con una ínfame reforma que impedirá cumplir los aspectos más sociales de la constitución. Cada 6 de diciembre el Grupo Municipal de Izquierda Unida-los Verdes del Ayuntamiento de Alpedrete, se ha venido negando a participar en los fastos y celebraciones constitucionales, algo que no siempre se ha entendido incluso desde nuestra propia organización. Este año no creo que las cosas cambien, y si cambian será a peor, aunque parezca increíble, tras los resultados del 20-N. Hoy más que nunca tenemos que abogar por la apertura de un verdadero proceso constituyente que vaya más allá de terminar con una forma de estado obsoleta como es la monarquía, sustituyéndola por la republicana federal. A día de hoy es imprescindible redifinir nuestra relación con una Europa cada día más alejada de los intereses de los trabajadores. Cuando hablabamos de la Europa de los mercaderes no estabamos haciendo un brindis al sol, estabámos reflejando una realidad. Que hoy la señora Merkel, a la que no voy a calificar para no caer en barriobajerismo sexista, nos imponga, no sé si motu proprio o por indicación de sus amos, una reforma que lamina lo poco de social que pudiera tener la Constitución de 1978, no es la gota que colma el vaso, ni mucho menos, en la punta del iceberg que determina nuestra condición subalterna en esa Europa que el capitalismo se está construyendo de acuerdo a sus intereses. Desde la Izquierda tenemos que ser valientes y empezar a decir a los ciudadanos lo que realmente pensamos y, puede que, no nos atrevamos. Puede que, y digo puede no afirmo nada, que haya vida al margen de una estructura europea que no es la nuestra. En cualquier caso es un debate que convendría abrir.
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