Hace, hoy, 47 años que
Julian Grimau fue asesinado, asesinado con todos los agravantes imaginables, empezando por la tortura a la que fue sometido.
El entonces ministro de
Información y Turismo , hoy presidente-fundador del Partido Popular, formación que mantiene no tener relación alguna con el régimen anterior
Manuel Fraga iribarne, en su calidad de
propagandista del régimen lanzó una incalificable campaña de descrédito del dirigente comunista español
Nunca este individuo, de inocultable procedencia falangista, se retractado de aquella ignominiosa campaña, es más cuando ha podido, más bien cuando se le ha preguntado, no ha tenido inconveniente alguno en
reafirmarse, por más que en 2002, una proposición no de ley, presentada por
Felipe Alcaraz en nombre del
Grupo parlamentario Federal de Izquierda Unida rehabilitaba de forma pública y democrática la figura de
Julian Grimau. Poco le importa al iracundo y maleducado dirigente fascista, lo que puedan decidir unos organismos, las
Cortes, el
Parlamento, en los que ni cree ni ha creido jamás, y a los que tolera, como mal menor. Convencido de que el fascismo en estado puro, como a él le gustaría, hoy es políticamente insostenible, no ha tenido demasiado problemas en aceptar la
lampedusiana evolución del
tardofranquismo. En efecto, todo cambió para que no cambiaran, en lo esencial, las estructuras del
capitalismo monopolista de estado, vigente durante el
franquismo, vigente hoy. No es, ni mucho menos, el único que piensa así dentro de su partido
El autotitulado dirigente
demócrata-cristiano, defensor, supongo, de la democracia
orgánica y del
cristianismo del
obispo Lefèvre, el
eurodiputado, don
Jaime Mayor Oreja no ha dudado, con la mayor naturalidad, porque lo piensa así, y porque así lo vivieron muchos millones de españoles, en recordar la extraordinaria placidez que para él tenía el .
franquismo.Pero no sólo los fascistas confesos y militantes como los dos a los que me he referido han justificado, de una manera u otra, el asesinato, personajes presuntamente de izquierda como
Jorge Semprún, en su, desde el punto de vista literario excelente, ajuste de cuentas personal titulado
Autobiografía de Federico Sánchez extiende, con indudable maestría, rumores sobre el papel del dirigente comunista, en la búsqueda y detención de elementos antirrepublicanos en Barcelona durante la insurrección militar fascista.
Si las cosas se produjeran como deben producirse, los asesinos de
Julian Grimau, deberían ser juzgados y condenados, así como los que justificaron o justifican la infamia. Otra cuestión, muy diferente, es si esos individuos, necesariamente condenados, serían susceptibles de ser beneficiados por la
Ley de Amnistía de 1977, que de serlo lo serían por delitos cometidos con anterioridad a su promulgación. La
ley de Amnistía, una ley muy controvertida en organismos internacionales, fue el fruto de una correlación de fuerzas desigual, pero nunca supuso una especie de
perdón general. Un ordenamiento jurídico minímamente asimilable a la de paises que como nosotros han sufrido la
larga noche del fascismo, y ahí no sólo están
Alemania,
Italia o la
Francia de Vichy, sino también
Portugal o
Grecia, debería impedir, de forma taxativa el elogio, o justificación, del régimen anterior. Por contra, esas maravillosas leyes generadas por nuestra
modélica transición, no sólo no lo impiden, sino que estan permitiendo que, el partido político que alentó y justificó la criminal rebelión de 1936, el partido político que
prestó su ideario, el
nacional-sindicalismo, sin entrar a valorar si se llevó a cabo,
Falange Española de las JONS, se persone como tal, como institución absolutamente legal, en un proceso contra un juez que intenta hacer, precisamente, lo que se ha hecho en esos paises a los que hacía referencia. Que tengamos un marco jurídico-político, que permita una
ley de partidos que ilegaliza
Batasuna y legaliza
Falange, es algo que deja estupefacto a más de uno fuera de nuestras fronteras. El manido argumento de que
Franco murió en la cama y
se hizo lo que se pudo, se viene abajo si se tiene en cuenta que
Antonio Oliveira Salazar también murió en la cama. Tienen razón los que argumenten que la situación era diferente, la guerra colonial había erosionado la fidelidad del ejército al régimen. Pero algo tuvo que ver la firmeza de la izquierda portuguesa, y muy significativamente del PCP. La
transición portuguesa estuvo a punto de ser algo más. La eficaz actuación de la OTAN y la tradicional, y esperada,
bajada de pantalones de la socialdemocracia con
Mario Soares a la cabeza, frustraron las expectativas generadas en la posibilidad de ligar la salida de la dictadura con el tránsito al socialismo. Al menos se intentó. Si en vez de
Santiago Carrillo hubieramos tenido a
Alvaro Cunhal, es más que probable que no hubiera jueces acusados por fascistas, es más que probable que nadie se atreviese a poner en duda la calidad humana y política de
Julian Grimau.
2 comentarios:
La muerte de Julian no fué gratis, como no lo es la de ningún comunista, a partir de su ejecución (crimen de estado), entraron al partido una oleada de nuevos militantes, entre los cuales me cuento.
Con saludos comunistas.
Lo de Grimau no sólo fué una campaña de descrédito gestada por Fraga Iribarne. Durante los últimos días se están publicando en distintos sitios de la red comentarios de troskistas (como tales se identifican) en los que sin pruebas de ningún tipo se considera a Julián Grimau como torturador y asesino de militantes del POUM en Barcelona. ¿Por qué la canalla fascista siempre encuentra a los mismos perros para que les ladren?
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