viernes, 30 de abril de 2010

Jogging

Creo que se llama así, jogging, que supongo que viene de jog, trote. Por tanto cuando alguien dice que hace jogging, lo primero que está haciendo es atentar contra la lengua española, o con la lengua que utilice cotidianamente siempre que no sea el inglés, y no solo por el uso del extranjerismo en cuestión. Una traducción aproximada nos llevaria a la barbaridad sintáctica de decir: yo practico trotando. ¿Y que es lo que practica trotando? sería la pregunta que surge de forma inmediata. Por otra parte una formulación más conforme con la sintaxis de la lengua española nos llevaría a decir: Yo practico el trote, actividad esta, el trote, que en español es:
Modo de andar de las caballerías y otros cuadrúpedos a paso ligero, con pequeños saltos y levantando a la vez el pie y la mano contrapuesta.
Mal empezamos.
Viene esta introducción a cuento con la época del año, estacionalmente hablando, en la que estamos, y somos los que hemos optado por alejarnos de las grandes ciudades los que percibimos, más nítidamente tan curioso fenómeno. Si tras los rigores del estío, con las primeras lluvias, brotan por doquier las setas, y los campos se pueblan de infinidad de individuos provistos de navaja y cesta, los primeros rayos de sol primaverales pueblan esos mismos campos de individuos de uno y otro sexo, de ambos sexos hay pocos y yo no he visto ninguno, practicando esa actividad, que en principio se circunscribe a las caballerías, pudiendo extenderse a otros cuadrúpedos. Claro es, que hay notorias diferencias entre ambos casos. Mientras los primeros buscan boletus edulis o calocybe gambosa, con el indisimulado objetivo de terminar con una colación nada frugal, los segundos, a los que bien podríamos llamar trotones parecen empeñados en demostrar que, efectivamente, el ser humano tiene un notable componente autodestructivo que gusta teñir de masoquismo. Este componente se pone de manifiesto, con extraordinaria crudeza, en determinados momentos de práctica religiosa, fundamentalmente coincidentes con aquellos que pretenden conmemorar la muerte del supuesto mesias. Es el momento de picaos con espaldas sangrantes, empalaos con carnes amoratadas y pertinaces percusionistas con los nudillos despellejados. Sin olvidar, aunque podríamos clasificarlos en un nivel de automartirio inferior, a aquellos que se destrozan vértebras lumbares o cervicales cargando, durante interminables madrugás enormes pesos para cuyo acarreo el ser humano domesticó bestias como el buey o el borrico y llegó a crear algunas como la mula. A día de hoy, los indudables avances científico-técnicos han permitido la creación de sofisticadísimos artilugios con los que transportar, por ejemplo, la Esperanza de Triana sería una sencillísima tarea. Ni hay que olvidar, por supuesto, a aquellos candidatos a pie de atleta (tiña pedis) o papiloma de pie (verruga plantar) que buscan el hongo correcto o el papilovirus adecuado, por el método de circular descalzos por pavimentos de dudosa salubridad, al ritmo de cajas, tambores, fanfarrias y clarines.Y fuera de la época folclórico-religiosa conocida como Semana Santa, de todos es sabido que, hay ciudadanos que de forma consuetudinaria, como algo habitual, mortifican sus carnes con cilicios, disciplinas y otros elementos de autotortura. Y esta afición a hacerse pupa no es privativa de la religión mayoritaria de nuestro pais, con la que el estado debe mantener especiales relaciones de colaboración, segun dicta nuestra constitución, a la que algunos desinformados creen laica. También otras religiones practican la autolesión mortificadora y salvífica. Los musulmanes, sin ir más lejos, una vez al año, y, aproximadamente durante un mes, Ramadan, deciden trastocar el ritmo alimentario, además de dañarse la vista intentando distinguir el dichoso hilo negro del blanco, puesto que parece ser que es a partir del momento en el que estos dos hilos se hacen indistinguibles, cuando pueden empezar a comer como Dios, Allah, manda. Siempre que Dios, Allah, Yaveh, o quien sea, esté pendiente de tamañas memeces. Concluyendo, al ser humano le encanta putearse, y si encuentra un motivo religioso que le permita suponer que el sufrimiento coadyuvará a su salvación eterna, miel sobre hojuelas, y si no hay tal motivo, pues se busca otro pretexto, y listo. ¿Y que pretexto tienen esos pobres desgraciados que, solos o en pareja, agitan sus lorzas y michelines, con un trote, de ahí su denominación anglosajona, que definiríamos como cochinero, con penosos rictus de sufrimiento, embutidos en incomodísimos atuendos que tienden a poner de manifiesto lo mal que les ha tratado la vida desde el punto de vista estético? Los hay que utilizan como pretexto la salud, pero ni ellos mismos llegan a creerse del todo esta monserga. ¿Como va a ser sano hacer trabajar al corazón a un ritmo enloquecido? ¿Como va a ser sano el elevarse, sin ton ni son, los níveles de ácido láctico? Cualquier experto en salud, incluso un médico, dirá que el fatigarse nunca es bueno,y aunque hay fatigas que proceden de esfuerzos muy placenteros, no se aprecia placer alguno, y si dolor y sufrimiento. La salud no es un pretexto válido. Otros utilizan pretextos estéticos. A simple vista puede parecer que esta absurda práctica provoca, por si misma, gordura, puesto que todos los que la practican están, en mayor o menor medida, gordos. Es una impresión equivocada, es al revés, son gordos que quieren dejar esta condición, los que se somenten a riesgos cardiovasculares sin medida ni control, por más que algunos de ellos lleven adheridos al cuerpo varias clases de instrumentos destinados a medir constantes básicas. La necesidad que sienten de dejar de ser gordo viene determinada por la dictadura de la esbeltez, que hace mucho que padecemos, y esto lo sé yo muy bien, que al fin y al cabo soy un gordo profesional. A mí, como a tantos gordos, asumir mi condición me ha costado lo mio. Pero nunca me ha dado por correr. No sé si es cierta la anécdota de un jugador del Betis, Rogelio, de gran calidad técnica, que acuciado por su entrenador para corriera tras un balón contestó:"Correr es de cobardes". No sé si la anécdota es cierta, ni siquiera sé si se debe a ese jugador. Es igual. La asumo como propia. En no pocas ocasiones he intentado hacerme delgado, ¿buscando mayor aceptación social? ¿para que me hiciera caso alguna moza que me gustaba y me ignoraba?, puede. Y dada mi renuencia, cada vez mayor, al ejercicio, opté por otra forma de tortura: La dieta: el martirio de la ensalada y el pescado a la plancha, de la renuncia al dulce y al alcohol, y esto último para mí, durante una parte importante de mi vida, era un suplicio. ¿Conseguí algo? Poca cosa. Durante algún tiempo perdía kilos, a veces muchos, condenados a reaparecer en cuanto recuperaba mis hábitos, y no sólo los alcohólicos. Durante esos periodos me convertía en un ser más amargado, huraño e irritable, de lo que habitualmente soy. Mi aceptación social se desplomaba y del otro objetivo mejor no hablar. Hubo alguien que me dijo que para estar razonablemente delgado, o mejor para no estar excesivamente gordo, debería estar siempre a dieta. Me hizo un gran favor. Tomé una decisión y en absoluto me arrepiento de ella.
Pueden darse un paseo por Alpedrete cuando quieran, nunca se van a llevar el susto de verme haciendo jogging. Me quiero demasiado.

2 comentarios:

RGAlmazán dijo...

Sus teorías destructivas son de una ínfima calidad. ¿Ha corrido usted alguna vez? ¿Quién le ha dicho que correr es sufrir? Correr, estando preparado puede ser un placer. Y, aunque usted se lo ha perdido, debería probar.
En caso de que quiera poner en práctica el jogging o el trote cochinero, que el nombre es lo de menos, dígamelo, le hago un plan y le prometo --y yo cumplo--, que en un par de años es capaz de aguantar cinco quilómetros y no sufrir.
Por cierto pasese usted al estoicismo, que es usted un epicureo con rasgos cínicos, y hay que probar de todo, mi buen Bolche.

Salud y República

J. G Centeno dijo...

Muchísismas gracias, pero ni de coña.