Sabidas deben ser, y si no lo son es porque comunico mal, mis posiciones en lo que se refiere al nacionalismo. No soporto el español, siempre cargado, a mi juicio, de un paletismo provinciano, tendente a destacar, precisamente, aquello que a los españoles debería avergonzarnos. Yo me considero inequívocamente español, y no tengo ningún problema de identidad al respecto, sin embargo muchas de las cosas que destacan los patriotas de turno, y ahora tras el triunfo futbolero se han multiplicado por mil, a mi me producen cierto reparo. No suelen estos patriotas enorgullecerse de Ramón y Cajal o Gaspar Melchor de Jovellanos, pongamos como paradigma, y sí de tiempos pretéritos en los que algunos, y no mis antepasados que permanecieron en la península, pero si en su nombre degollaban sin piedad a los nativos de las descubiertas Indias Occidentales, para poder yacer cómodamente, de grado o por la fuerza, con las nativas de las mismas, e igualmente se enorgullecen de las actividades de los tercios españoles, mayoritariamente compuestos por mercenarios extranjeros, desarrolladas en Europa. En el terreno de la españolidad estoy dispuesto a batirme el cobre defendiendo las excelencias del jamón ibérico, y poco más. No tengo mucha mejor opinión sobre lo que se ha dado en llamar nacionalismos periféricos, que tienen la ventaja sobre el españolismo casposo, el que al no haber tenido acceso a los resortes efectivos del poder su capacidad para cometer desmanes, desfueros y, en definitiva, gilipolleces ha estado disminuida. Con todo, y en parte debido a mi carácter un tanto provocador, me gusta defender estos, los que no tienen Estado, en presencia de los que defienden la sacrosanta unidad de la patria común de los españoles . Suele ser divertido. Todo este prólogo un tanto farragoso, como soy yo mismo, para justificar, sin que pueda comparárseme con la chuleria barriobajera de Esperanza Aguirre, el título de la entrada que hace referencia a mi orgullo de madrileño.
El pasado sábado despedimos a Marcelino Camacho. Me he sentido incapaz de escribir nada glosando su figura, porque he tenido, y y tengo, la sensación de que sería incapaz de transmitir la grandeza de su personalidad. Le admiro demasiado, y aunque no siempre he coincidido con sus posiciones políticas, sirva como ejemplo mi oposición, que no fue única, a los Pactos de la Moncloa, su grandeza, su heroísmo impiden que tenga la dosis imprescindible de objetividad para hablar de él. Se mezclaron en mi muchos sentimientos, la casualidad hizo que ese sábado, 30 de octubre, fuera el cumpleaños de mi padre, Claudio Garcia Sualdea,101 hubiera cumplido pues era, exactamente, un año mayor que Miguel Hernández. Durante el trayecto desde Lope de Vega a la Puerta de Alcalá, lloré desconsoladamente, y no me avergüenzo, ¡faltaría más!, de ello. Y cuando comenzaron a sonar los acordes del
Viatge a Itaca
Quan surts per fer el viatge cap a Itaca,
has de pregar que el camí sigui llarg,
ple d'aventures, ple de coneixences.
Has de pregar que el camí sigui llarg,
que siguin moltes les matinades
que entraràs en un port que els teus ulls ignoraven,
i vagis a ciutats per aprendre dels que saben.
Tingues sempre al cor la idea d'Itaca.
Has d'arribar-hi, és el teu destí,
però no forcis gens la travessia.
És preferible que duri molts anys,
que siguis vell quan fondegis l'illa,
ric de tot el que hauràs guanyat fent el camí,
sense esperar que et doni més riqueses.
Itaca t'ha donat el bell viatge,
sense ella no hauries sortit.
I si la trobes pobra, no és que Itaca
t'hagi enganyat. Savi, com bé t'has fet,
sabràs el que volen dir les Itaques.
la emoción me desbordó completamente, y me sentí orgulloso de ser madrileño. Indudablemente, entre los muchos miles de asistentes al acto, había gentes de todas partes, de todos los rincones de España habían venido autobuses, y a ellos se sumaban los miles de madrileños, esos que son madrileños por el simple hecho de vivir en Madrid, y en este caso no es ni un tópico ni una frase hecha, que habían decidido rendir homenaje a Marcelino, soriano, carabanchelero universal, y a nadie, absolutamente a nadie, le extrañó que a este soriano, carabanchelero universal, en plena Puerta de Alcalá, uno de los hitos más reconocibles de Madrid, le despidieramos con unos deliciosos versos en catalán, como lo más normal del mundo. Orgullo de ser madrileño.
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Hace 2 semanas
3 comentarios:
Chapeau, D. Bolche, y de acuerdo en todo salvo en lo de los nacionalismos periféricos. Y qué quiera que le diga, yo también lloré, y soy y me siento madrileño, pero sin los excesos que pueden acarrear los compartimentos estancos.
Un abrazo, Salud y República
No se si llegué a llorar (cada uno se engaña como puede) en el cementerio civil, pero sí recordé a tantos camaradas, a tantos hombres y mujeres que dieron su vida en la lucha, por su clase, por el Partido y que no sólo no han sido nunca reconocidos sino que fueron traicionados, engañados, ninguneados y hoy son despreciados y vilipendiados a diario. Se me han venido a la cabeza tantas situaciones, tantos hechos, tantas personas que no he sabido qué escribir. Ser ya mayor y tener buena memoria es en ocasiones una maldición. Me ha venido al pelo una frase de hoy de Alba Rico que transcribo mal, pero que me sirve: "el héroe es el que ha alcanzado la madurez, el que expresa la forma plena de la condición humana. Para los griegos esa plenitud se declaraba sólo una vez y en unos pocos lugares privilegiados: el estadio o el campo de batalla". Por suerte (y por ideología, convicción personal, carácter, personalidad) Marcelino Camacho no ha sido un héroe griego, sino un patriota de la clase obrera, de los muchos que ha habido y de los que a diario siguen siéndolo empeñados en lograr una sociedad distinta y mejor. Cuántos héroes y heroínas curtidos en mil batallas de todo tipo, dando a diario prueba de humanidad, de verdadera madurez. Gracias, madrileño, no se haga tan caro de leer. Salud.
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