miércoles, 7 de enero de 2009

El triste rodar de Aerofagio Bemoles (X)

El dinero obtenido por la pignoración de los bienes hereditarios no duró mucho en los bolsillos de Vituperio y casi podríamos decir que aquí acaba el poderío económico de los Bemoles, y aunque sería a todas luces injusto achacarle a él la absoluta responsabilidad de lo ocurrido, no es menos cierto que su conducta, tan alejada de los cánones marcados por su padre, hizo má fácil para éste entregar las riendas de los negocios, primero, y la práctica totalidad de su patrimonio, después, sin que la conciencia le remordiera lo más mínimo pensando en el futuro de su hijo. El relativo cambio, sólo en aspectos formales, del régimen del 18 de julio, pués ese fue su nombre hasta su final, sustituyendo el azul mahón de las camisas por el negro inciensado de las sotanas, que siempre había tenido gran influencia por otra parte no siendo pocos los mosenes y presbíteros que habían superpuesto las puntas azules de los cuellos de las camisas a los blancos alzacuellos, dejando bien a las claras su doble condición de falangistas y sacerdotes, supuso un notable contratiempo no sólo porque disminuyó su influencia política basada en el terror, sino porque los nuevos aires económicos con el fín del aislamiento al que habían sometido al régimen las potencias vencedoras supuso una quiebra en los confusos negocios de Vituperio. Le quedó claro que lo que hasta entonces había sido una ocupación secundaria, su empleo en el ejército como abogado militar, tenía que pasar ahora a la calificación de primera ocupación. Afortunadamente para él, los aires de renovación tardaron mucho en llegar, si es que en algún momento llegaron, al ejército vencedor de la cruzada contra el comunismo, de manera que sus indiscutibles méritos acreditados a través de innumerables carnets , certificados y medallas de toda índole, seguían teniendo una gran importancia. Pesaba, sin duda, en su contra su nulo conocimiento de las más elementales nociones de derecho, pero aunque prácticamente analfabeto, apenas llegó a comprender los titulares de los periódicos deportivos, tenía, a parte de una notable capacidad observadora ya comentada, un gran instinto de supervivencia, y como sus superiores y compañeros de armas y toga tampoco eran precisamente unas lumbreras, logró que lo tomara como ayudante un coronel instructor especializado en la aplicación de la ley de represión de la masonería y el comunismo. Eran procesos cuya instrucción era francamente sencilla, puesto que los detenidos, considerados siempre como culpables desde el mismo momento de su detención, llegaban ante el juez instructor convenientemente ablandados, con lo cual, y muchas veces sin mediar pregunta alguna confesaban ser miembros del presidium del politburó del PCUS y miembros de grado 33 de la logia del gran Oriente Español, algunos rizaban el rizo y con tal de que le dejaran en paz se acusaban de seguir los protocolos de los sabios de Sión destinados a acabar con el catolicismo en España y en el mundo. Las sugerencias de Vituperio eran siempre tenidas en cuenta por su superior el coronel instructor, y para disimular se construyó un mecanismo jurídico personal que además variaba según fuera el grado de malestar que tuviera por la cotidiana resaca. Así, por ejemplo, podía levantarse una mañana especialmente espeso tras una noche particularmente agitada, y esa mañana a los que fueran morenos la instrucción determinaría que fueran condenados a muerte, y también los que midieran más de 1,70. Por pura lógica los que fueran altos y morenos, se llevaban puestas dos penas de muerte como dos soles. Los demás treinta años y un día de reclusión mayor, sólo después de la interrupción de media mañana, y en la que, mientras que el común de los mortales tomaba un bocadillo y una cerveza o un café y unos churros, él se metía, entre pecho cuatro o cinco carajillos, proponía alguna que otra condena de quince o veinte años. Afortunadamente por las tardes solo había trabajo de carácter administrativo, porque Vituperio después de comer se metía para el cuerpo innumerables copas de la que, dada su escasez de recursos económicos, se había convertido en su bebida de referencia, el sol y sombra, preferiblemente confeccionado a partir de coñac (lo del brandy era desconocido) Fundador y anís Castellana, aunque cualquier otra composición era bien recibida, máxime si tenemos en cuenta que a partir de la segunda o tercera bien podía beberse, de haber contenido alcohol, el agua de algún florero o una jarra de mercurocromo. De haber tenido que tomar alguna decisión por la tarde con algún atisbo de coherencia, suponiendo que la tuvieran las que tomaba por la mañana, no estoy en condiciones de imaginar que hubiera ocurrido.

Su falta de posibles le llevó a plantearse la posibilidad de contraer matrimonio con alguna casadera con medios suficientes, y ahí sus dotes de observador fallaron de forma lamentable.

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