Cuando la madre de
Aerofagio, harta de aguantar las cogorzas y sobre todo la
impotentia coeundi derivada de la
impotentia erigendi, a su vez provocada por el continuado abuso del alcohol, puso las maletas de su padre en la calle, a pesar de que el piso de la calle de Leganitos era propiedad privativa de
Vituperio era también el domicilio conyugal, su vida pudo cambiar, y sin embargo no lo hizo. En aquellos momentos, a pesar de que era ya mayor de edad, terminaba a trancas y barrancas el llamado Bachillerato Unificado Polivalente, y su madre, decidida a decir todas las verdades que no había podido antes, ya le había comunicado de forma clara y contundente que su futuro le importaba un bledo, y considerándolo como lo consideraba un perfecto aspirante a fracasado, y siendo ya mayor de edad, daba por rota con él toda relación afectiva y emocional, y una vez que reanudó su vida sentimental, volvió a casarse y a tener hijos que nada tenían que ver con el apellido
Bemoles, se desinteresó absolutamente de
Aerofagio, dejándolo sólo en el piso de Leganitos. Con su padre ni siquiera intentó el más mínimo acercamiento puesto que suponía, acertadamente, que la opinión que tenía su padre de él era aún peor que la que tenía su madre, aunque, mientras vivió, recibió, porque la ley le obligaba, una pensión alimenticia de su progenitor que le permitió malvivir. Fue cuando murió su padre, y se acabó con su muerte la fuente de ingresos, cuando se percató de la inmensa soledad en la que se encontraba. Sin familia, sin amigos, sin recursos y sin trabajo, con inteligencia limitada y escaso don de gentes, el futuro de
Aerofagio se presentaba, siendo benévolo, como un tanto sombrío. Por otra parte, la situación de la sociedad española era distinta a la que había permitido a sus antepasados campar a sus anchas, y si bien los gobiernos presididos por un abogado sevillano habían dado lugar a una innumerable cantidad de corruptelas, no es menos cierto que la sociedad había generado una serie de mecanismos de control que hacían más difíciles los abusos y chapuzas de épocas anteriores, y además los
Bemoles habían abandonado de forma definitiva los círculos cercanos al poder. No había heredado de su estirpe la facilidad para sacar partido de situaciones turbias y complicadas, por lo que tuvo que buscar trabajos que se adecuaran a su forma de ser y no le fue en absoluto sencillo. Dado el rechazo que provocaba en los demás tenía que buscar cosas en las que las relaciones humanas se redujeran a lo imprescindible. Cuando encontró ocupación en una funeraria creía que, por fín, había encontrado su empleo ideal puesto que los clientes principales tendían, dado su estado de cadáveres, eran poco dados a sentir la habitual repugnancia que sentía cualquier miembro del género humano en su presencia. De hecho él los trataba, a los muertos, con gran cariño y afecto, pero en seguida empezaron a surgir problemas dado que los finados solían tener familia y era con los familiares con los que surgía el conflicto. Tiene el temperamento mediterráneo un trato muy particular con los restos mortales de aquellos que nos abandonado, generalmente contra su voluntad, y es muy natural que, antes en el domicilio del finado y en la actualidad en unos asépticos edificios llamados pomposamente
tanatorios, mientras el cadáver espera su definitivo destino, se organicen tertulias y corrillos, generalmente muy animados y dicharacheros, en los que se cuentan chistes, se refieren anécdotas e incluso se cierran negocios y transacciones. Era aparecer
Aerofagio , para lo más nimio, introducir una corona de flores o cambiar una vela a punto de terminar, y cesaban los corrillos se apagaban las risas y murmullos y se ponía todo el mundo a llorar y patalear. En esas condiciones la empresa para la que trabajaba empezó a perder clientes, no porque hubiera habido una modificación sustancial en lo que los demógrafos llaman el
Movimiento natural de la Población, sino porque las familias de los
fiambres, puestas a pasar el inevitable mal trago, preferían hacerlo al modo tradicional aplicando el dicho de
el muerto al hoyo y el vivo al bollo. La tristeza de
Aerofagio terminó con su empleo de funerario.
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