La llegada de Aerofagio al hogar de los Bemoles trastocó la relativa estabilidad emocional que había adquirido Vituperio. No había resultado precisamente una pacata la hija del comandante en cuanto a juegos de cama se refiere, asumió con naturalidad y deleite todo lo que su esposo había aprendido y practicado en su disipada vida de soltero, además no lo hizo como una obligación impuesta por el sacramento del matrimonio sino de buen grado y sometiendo a su marido a un tute en el que no siempre estaba a la altura de las circunstancias. Había mejorado el carácter del capitán Bemoles y en el Tribunal de Orden Público (nueva denominación del especial para la represión de la masonería y el comunismo) las condenas a muerte, e incluso las de reclusión a 30 años y un dia, bajaron hasta casi desaparecer, convirtiéndose en casi excepcionales. No todo era atribuible al nuevo estado de Tupe, mucho tuvo que ver el nuevo contexto internacional en el que se movía España, y de hecho el asesinato revestido de condena a muerte de un dirigente comunista previamente torturado había tenido tanta repercusión internacional que el régimen se mostró no más compasivo, pero si más cauto. Repercusión excesiva, a decir del capitán Bemoles, pues el ministro de Información y Turismo, un gallego de impetuoso carácter que presumía de ser número uno en las numerosas oposiciones a las que se había presentado, no sabemos si aplicando los métodos de Vituperio pues también él se presentaba con camisa azul a los exámenes, había explicado a todo el mundo cuales habían sido los crímenes de este "caballerete", que condujeron a que el Consejo de Ministros, con su firma incluída, diese el correspondiente enterado. En las últimas semanas del embarazo la actividad afectiva del matrimonio bajo ostensiblemente, a pesar de que la dulce, y ardiente, esposa del militar atendió todo lo que pudo sus deseos, por más que algunas de las prácticas estaban a buen seguro condenadas por la Santa Madre Iglesia, empeñada en condenar todo aquello que pueda ser grato para los hombres, y sobre todo para las mujeres, con el extraño argumento de querer salvarlos. Su evidente cansancio producido por su gravidez la hacía que quedarse dormida, incluso cuando manipulaba la virilidad de su esposo, lo cual producía en Tupe una inconmesurable ansiedad e irritación. Esperaba el militar que las cosas volvieran a lo que fueron una vez que hubiera nacido su vástago, y es probable que así hubiera sido de haber tenido un poco paciencia, pero su desconocimiento de la sexualidad femenina era absoluto, por más que hubiera yacido con centenares de mujeres ya que siempre buscó de forma exclusiva su propia satisfacción (este desconocimiento no es exclusivo de Vituperio Bemoles o de los hombres de la época , sino que se extiende hasta hoy en porcentaje nada desdeñable de la población masculina). No supo comprender la recomposición hormonal que necesariamente tenía que producirse en su mujer, no le gustaron nada los cambios físicos que en ella se produjeron y lo que definitivamente le sacó de quicio fue el , a su juicio, excesivo tiempo que le dedicaba al recien llegado Aerofagio, del que llegó a sentir auténticos celos cada vez que se enchufaba al pecho de su madre, en otro tiempo de su exclusivo disfrute. De forma paulatina pero continuada fue retomando sus pasadas costumbres, retrasando su llegada al hogar,cada vez de peor humor, pues cada vez la bebida le sentaba peor, además de reducirle de forma alarmante su, otrora inagotable, capacidad amatoria conduciéndole a más de un ridículo, en forma de gatillazo, en alguno de los garitos que frecuentaba. Cuando la normalidad regresó al hogar, en la que a la integración del niño en la rutina doméstica y recomposición física de la madre se refiere, intentó la esposa acercarse de nuevo a su marido, pero como éste regresaba la práctica totalidad de los dias beodo, una numerosa sucesión de los antes citados gatillazos rompió de forma definitiva los lazos afectivos de la pareja. Ello produjo en la señora Bemoles una profunda depresión y un notable sentimiento de frustración, entre otras cosas porque echaba de menos aquellas divertidas actividades con las que había iniciado su matrimonio. Como por casualidad, una mañana que andaba limpiando el mueble aparador del comedor, vió una botella abierta de anis Castellana , y como tantas veces había visto hacer a su marido se sirvió una copa, y de inmediato una desconocida sensación de bienestar recorrió su cuerpo, llenándola de un optimismo que jamás había sentido. Se cambió de ropa y bajó, como de costumbre, a hacer las compras cotidianas, aprovechando que Fagio (era inevitable el diminutivo) dormía después de comer, pero en esta ocasión en vez de subir ella la compra casa, solicitó los servicios del recadero de la tienda de Ultramarinos, un mocetón recien llegado de su pueblo (da lo mismo el pueblo en cuestión) que todavía no había entrado en quintas. Nunca más volvió a subir la compra ella misma, y cuando no era el mozo de ultramarinos, era el carnicero, el pescadero o el panadero el que realizaba el servicio, lo que sirvió entre otras cosas para que en casa de los Bemoles se consumieran siempre artículos de una calidad a la que nunca podría acceder el estipendio del ya comandante Bemoles.
Sin duda el peor día de la semana era el domingo, pues por la mañana no tenía acceso, al estar presente su marido, a la botella de anis Castellana, más que nada porque la acaparaba él, y por la tarde, cuando él se iba a la tertulia ella no se atrevía, siempre fue bebedora clandestina y matinal, por si los efectos de los chupitos no se habían disipado cuando regresara el militar. En este ambiente tan poco acogedor comenzó el triste rodar de Aerofagio Bemoles.
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