Trabajaba, es una forma de hablar, junto con
Vituperio un orondo comandante que no pertenecía
sensu strictu a la escala jurídica militar, de hecho ni era abogado, ni tenía porque disimular para parecerlo. Había hecho sus méritos militares en la pasada, pero muy presente, guerra civil, en la que acabó con el grado de
sargento provisional, para reciclarse después a oficial. Era pués notablemente mayor en edad que
Vituperio, y de hecho tenía una hija en edad de merecer, lo que provocó el acercamiento del ya capitán
Bemoles. Se dedicaba este aventajado
chusquero a lo que era la organización propiamente militar de las dependencias que ocupaba él servicio jurídico, de ahí que no le fuera necesaria ninguna clase de formación legal. Se trataba de un individuo peculiar puesto que además de manifestar de forma clara e inequívoca su lealtad, respeto y admiración por el
Caudillo, se definía como monárquico furibundo, algo no muy popular en aquella época. En efecto, desde la muerte de
Alfonso XIII, el rey nuestro señor, el trono estaba vacante, a pesar de que España era oficialmente un reino, y la jefatura del Estado la ocupaba quien la ocupaba. Se había instalado en
Estoril uno de los hijos del monarca depuesto en 1931, que se consideraba heredero, casi de rebote pues sus hermanos mayores, con mayores derechos que él según la particular forma que tienen las monarquías de organizar las herencias, habían renunciado a ellos de buen grado u obligados, de su padre e intentaba ser reconocido como
Juan III, algo que solo hicieron un reducido grupo de aristócratas sin oficio ni beneficio, dramaturgos de medio pelo, puteros y borrachines que este señor bautizó, pomposamente, como su
consejo privado. Nuestro comandante, a pesar de su inasequible adhesión a la institución monárquica nunca se manifestó en favor de este individuo, conocido en todas los
garitos de dudosa reputación, desde
Valença do Minho hasta
Faro, y no sabemos si también en el interior de Portugal, como un notable degustador de una popular bebida de origen celta, destilado a partir de cereales, pero también es verdad que tampoco se manifestó jamás en contra. Para él lo importante era la institución, y de hecho el estado español, expresión que acuñó el régimen y que tiene cierto predicamento entre supuestos nacionalistas periféricos que intentan obviar el nombre de España, funcionaba
de facto como una monarquía absoluta, acaparando el
Caudillo más poder que el pudieron tener en su día
Carlos I o
Felipe II siempre pendientes de que las Cortes de Castilla o de Aragón (España como realidad política no existía), les dotaran de fondos para sus incomprensibles aventuras guerreras. Había mandado el exiliado estoriliano a estudiar a España, bajo la atenta mirada del
Caudillo, a su hijo
Juán (Carlos )
de Borbón , con el objetivo de que se preparase, como
príncipe de Asturias, para ser un día
Juan IV, sin que se le pasase por la cabeza que su rubio y guapo retoño, le iba a hacer la
envolvente para acabar convirtiéndose en
Juan Carlos I, el rey nuestro señor. Gustaba el comandante de trasegar con frecuencia diversas bebidas de contenido variablemente alcohólico, desde el clásico vino español a la entonces muy popular
cazalla. No alcanzaba, ni de lejos, su afición a la de
Vituperio a quien muy bien podíamos considerar un auténtico profesional del
trago, pero es que además cuando estaba un poco
achispado fantaseaba, sin ser consciente de que se trataba de invenciones, con una supuesta hacienda, en su pueblo de origen, que le convertían, de hecho, en un terrateniente, y si estaba en el ejército lo era exclusivamente por lealtad al
régimen del 18 de julio. Aquello atrajo mucho al capitán
Bemoles , consciente de que algo de exageración había en el patrimonio del comandante, pero ignorante de que la exageración era casi absoluta, para de manera casi automática abandonar su pasado azul mahón y abrazar la bandera de los partidarios de la
instauración de la monarquía del 18 de julio, y se atrevió a dar un paso más al afirmar que no debía ser el exiliado en Estoril, con evidentes concomitancias con el
falaz liberalismo trasnochado, el que asumiera la responsabilidad del timón de la nave patria el día, ¡ójala lejano! en que nuestro
Caudillo por la gracia de Dios, partiera a desempeñar otras empresas fuera de nuestro terrenal mundo, puede que su hijo, si comprendía bien el significado de los
principios que informan el Movimiento Nacional, y estaba dispuesto a
jurarles fidelidad y a acatar su inalterabilidad fuese la persona adecuada, al fin y al cabo el
Caudillo le estaba educando como al hijo que nunca tuvo. Años después, al ver jurar eso mismo al recien nombrado
príncipe de España, el propio
Vituperio se asombró de sus dotes premonitorias. Tan mesurados y reflexivos razonamientos abrieron las puertas de la casa del comandante, y no mucho después el noviazgo con su hija, una muchacha bien parecida y educada que apenas conocía el mundo. La boda, como todas las de postín, se celebró en
Los Jerónimos, Vituperio fue elegantísimo con uniforme de gala y la novia estaba espectacularmente atractiva, no demasiados invitados, compañeros de armas del novio y el padrino prácticamente todos, y fue en el ágape posterior, celebrado en unas dependencias militares cercanas al, entonces, municipio de
El Pardo, donde
Tupe , así le llamó siempre su esposa rompiendo la tradición
Bemoles en cuanto a diminutivos, se enteró, definitivamente aunque algo barruntaba, de la inexistencia de patrimonio alguno en su familia política. Estaba él cercano a cumplir treinta y un años mientras que ella apenas había cumplido veintiuno, se instalaron en el piso de la calle Leganitos, y los primeros tiempos del matrimonio casi podíamos considerarlos felices, y hasta dejó
Vituperio, aunque nunca del todo, de beber como un cosaco. Por fín y el mismo dia que un ferrolano doblegaba a Rusia y conseguía la copa de Europa, mediante un testarazo que dejó perplejo al portero soviético,
Yashin,
la araña negra, en la catedral de Chamartín y en presencia de otro ferrolano, nacía
Aerofagio Bemoles.
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