jueves, 1 de enero de 2009

El triste rodar de Aerofagio Bemoles (VII)

El triunfo de los nacionales en la contienda supuso la consolidación definitiva del imperio Bemoles, entre tanto Vituperio iba creciendo bajo la atenta mirada y rígida disciplina de preceptores autoritarios y crueles, que, en oposición a lo pretendido, iban forjando en él un espíritu débil con una fácil tendencia a caer esclavo de toda suerte de pasiones, siendo la dipsomanía una de las más acusadas, aunque pronto le llamó también la sicalipsis, herencia sin duda de sus abuelos a los que apenas llegó a conocer. A medida que iba creciendo la figura de su padre se iba tornando lejana y aburrida, y es que efectivamente su progenitor sólo tenía tiempo para sus negocios, cada vez más boyantes una vez eliminada la rémora que, durante el anárquico régimen republicano, habían supuesto sindicatos y partidos políticos. Los únicos momentos que no destinaba a ganar dinero, con el que gratificaba con extrema largueza a la obra fundada por el presbítero amigo de su juventud, instalado ahora en Roma y ganando prestigio e influencia con increíble rapidez, eran aquellos en los que se encerraba en un pequeño gabinete, al que tenía todo el mundo estrictamente prohibida la entrada, y del que salía absolutamente sudoroso y demudado, pero con una extraordinaria cara de felicidad. Era en aquellos momentos, a la salida de ese gabinete, en los que se entregaba al único vicio conocido, puesto que se fumaba un excelente habano, eso sí de pie.



Mientras tanto Vituperio iba, desde temprana edad, dando muestras de su inclinación al mal y a la perdición. Cuando con apenas doce años vió a una de las sirvientas pimplarse , a escondidas, un lingotazo de anís no dudó en imitarla, y sintió una sensación tan agradable que inmediatamente se preguntó porque la gente era tan estúpida como para beber agua, líquido que él apenas volvió a probar. No mucho después, y casi por casualidad, descubrió lo placentero que puede llegar a ser el manipularse las zonas íntimas, y desde entonces compensó con creces todo lo que su padre había despreciado las enseñanzas de Onán (aunque un amable lector ha aclarado el papel de Onan , el vicio solitario se llama, incorrectamente, onanismo). Desde ese momento ninguna sirvienta que pasara por casa de los Bemoles podía sentirse a salvo. Muchas apenas duraban unas horas a pesar de que los salarios eran superiores a los de la media de la época. Evidentemente tan poco edificantes actividades, que además le ocupaban la práctica totalidad del día, repercutieron de forma negativa en su rendimiento académico. Su padre que andaba excesivamente ocupado en sus actividades, no tanto en las propias de sus negocios como en las de su fortaleza espiritual, cada vez más en detrimento de la física y de la mismísima salud, tiró por la calle del medio y sobornó a toda clase de profesores, con lo cual Vituperio se vió de repente matriculado en la facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid para el curso 1951-1952 siendo un perfecto analfabeto. Se despidió de su padre y se trasladó a la capital del Estado Victorioso. Estando la facultad de Derecho todavía en San Bernardo, el traslado a la Ciudad Universitaria hasta 1956 no se produjo, ocupó, en compañía de una especie de tutor, amigo espiritual de don Estrepitancio, que tenía como única misión real la de vigilar las andanzas del joven universitario, un piso, razonablemente cómodo, y del que desconocía la propiedad, cuestión que, por otra parte, nunca le preocupó en demasía, en la calle de Leganitos. A pesar de ser aquellos años de plomo en lo que a moralidad se trataba, a pesar de que la sociedad de la época estaba impregnada de lo que hoy hemos dado en llamar nacional-catolicismo , era Madrid una ciudad que tenía una amplia oferta para aquellos decididos a salvar su alma en el último minuto, mediante el método del arrepentimiento por atrición, que no es otra cosa que arrepentirse de los pecados por el acojono que producen los martirios anunciados en el infierno, al tratarse de un arrepentimiento imperfecto , definido como tal en el Concilio de Trento, tiene la pega de que, para que obre efecto, y los pecados sean perdonados ,tiene que ir acompañado del sacramento de la petinencia, mientras que en caso de peligro de muerte y en ausencia de un presbítero que pueda escuchar al pecador en confesión y absolverle mediante el sacramento antes citado, una contrición perfecta puede ser suficiente. Una de las mayores ventajas que tiene el catolicismo frente al resto de las religiones es ésta del poder arrepentirse, sinceramente o por miedo a lo que venga. Yo, desde luego, si creyera que existe un ente que, saltándose a la torera todas las leyes científicas conocidas, es el responsable de que existe el Universo me haría católico sin dudarlo. Judios y musulmanes son unos tiquismiquis con el tema de la comida, lo de prescindir de los derivados del gorrino, hurtar a los sentidos de un jamón ibérico, les descalifica, y me importa un bledo lo que hayan podido decir sus correspondientes profetas. En cuanto a los otros cristianos, luteranos, calvinistas, etc..., no piensan más que en trabajar, y además después de pasarte toda una vida trabajando y rezando , igual no eres de los predestinados y vas al infierno igual. Lo dicho católico y no se hable más. Don Estrepitancio que, recordemos, conocía Madrid y sus peligros, en cualquier caso menores que los de esa Gomorra mediterránea llamada Barcelona, no tenía ninguna confianza en su hijo, por eso le asignó un vgilante, lo que no podía imaginar es que también el vigilante, con extaordinaria facilidad, iba a caer en las redes del maligno.

No hay comentarios: