sábado, 3 de enero de 2009

El triste rodar de Aerofagio Bemoles (VIII)

La asignación que su padre le enviaba mensualmente hubiera sido más que suficiente para atender las necesidades de Vituperio si éste se hubiese dedicado al menester para el que se había desplazado a la capital, pero para la vida de licencia y vicio que había decidido abrazar, aquello no eran más que migajas, máxime teniendo en cuenta que había que atender también las necesidades, que no eran nimias, del que, hasta hace poco, había sido su carabina y que era ahora su compañero de francachela. En las escasas asistencias a clase, a unas clases para el incomprensibles, observó, y siempre tuvo dotes de buen observador, cualidad que apenas mitigó sus incontables defectos, que unos individuos de aspecto patibulario y chulesco, que en las grandes ocasiones y celebraciones se vestían con unifome que incluía una camisa azul para reclamar a grandes voces la españolidad del peñón de Gibraltar sin que nadie les hiciera caso alguno, tenían, dentro del aula, pués aparentemente eran alumnos, una autoridad que hacía que, incluso los profesores les tuvieran un respeto que podría haberse confundido con el miedo, cuando no con el terror. Supo, inmediatamente, que la compañía y amistad de aquellos individuos arreglaría, en gran medida los problemas económicos derivados de su elevado tren de gastos. En efecto, en no demasiado tiempo se convirtió en un activo miembro del Sindicato Español Universitario (SEU), lo cual le abrió las puertas del partido único, y pronto entró en contacto con los jerarcas del mismo. Pronto participó en sus negocios de contrabando de medicinas (muy escasas por el aislamiento la que todavía estaba sometida España), tabaco, drogas (ya entonces de uso frecuente en la alta sociedad). Por otra parte su pertenencia, destacada, al ala más dura e intransigente de los azules, con frecuentes incursiones a barrios obreros presumiblemente hostiles al movimiento para repartir palos a diestro y siniestro, le hizo más sencillo el logro de sus objetivos académicos. Sirva de ejemplo, el que el Derecho Romano de primer curso fue superado con un sobresaliente gracias a que, presentándose al examen oral con camisa azul, botas y correaje, respondió a la pregunta: ¿Cuando podían los esclavos ser manumitidos en la República Romana? , sin inmutarse, Cuando asumieron los principios que informan el Movimiento Nacional del 18 de julio y proclamaron su adhesión incondicional al Caudillo. ¡Viva Franco! ¡Arriba España!. Tras el taconazo de ordenanza, se giró 180 º y , mientrás el tribunal puesto en pie aclamaba a España, Franco, Carmen Polo, Carmencita y el marqués de Villaverde, de forma inequívocamente marcial, y sin que nadie osara a formularle ninguna otra pregunta, abandonó el aula. Esta adhesión decididamente inquebrantable al régimen del 18 de julio, además de para asegurarse una saneada economía paralela y la consecución de un brillantísimo expediente académico, le sirvió también para obtener, sin ningun tipo de requisito ni examen, el grado de alférez en las Milicias Universitarias destinado en el Ministerio del Ejército en la calle de Alcalá, destino por el que apenas apareció, excepto para cobrar los haberes al final de cada mes. Una vez acabado el periodo militar obligatorio, es una forma de hablar, quedó adscrito, de forma provisional hasta acabar la carrera de derecho, a la escala jurídica militar con el empleo de teniente. Parecía que iba encauzando su futuro alejado, eso sí, de discurrires, digamos que, convencionales cuando una noticia iba a modificar de forma sustancial su vida. De forma repentina, aunque no inesperada para quienes, tratándole de forma cotidiana iban comprobando su deterioro físico, su progenitor, don Estrepitancio, Tancio en su reducidísimo círculo de íntimos, falleció de forma, pongamos que, estrepitosa, haciéndole un pequeño homenaje, por no decir extravagante. En efecto, encerrado en su secretísimo gabinete, no fue hasta que el olor se convirtió en evidente que el servicio doméstico se atrevió a forzar la puerta. Allí, en medio de estrambóticos instrumentos, que luego se rumoreó que servían para inflingirse toda clase de tormentos y suplicios, encontraron al piadosísimo honmbre de negocios en un estado espantoso, no sólo por el evidente estado de putrefacción en que comenzaba a encontrarse el cadáver, sino por las horrorosas cicatrices, hematomas, cardenales y pústulas que recorrían su cuerpo, a excepción de aquellas que el vestir de la época dejaba a la intemperie: la cara y las manos. Lo extraño de la defunción hizo que en principio interviniera el juzgado que decretó la correspondiente autopsia, y el médico forense que la practicó intentó la colaboración de algún antropólogo que fuera capaz de descubrir que tipo de tribu ignota, procedente sin duda del Orinoco o el Amazonas , practicante de los sacrificios humanos, había desembarcado de forma secreta en España para practicar en personas de acreditada fe, tan horribles ritos y tormentos. Afortunadamente los amigos espirituales del finado, que comenzaban a ganar influencia a costa de las llamadas camisas viejas, dieron rápidamente tierra al asunto, y nunca mejor empleada la expresión.


Vituperio, al enterarse, y una vez superada la sorpresa , sintió un notable alivio, caía el último obstáculo, ya nadie intentaría gobernar su vida, como lo había intentado, con escaso éxito, por otra parte, su padre. Además ahora sería él, y sólo él, el dueño absoluto del patrimonio Bemoles. Pronto saldría de su error y podría comprobar la verdad que encierra el aforismo:


El hombre propone y Dios dispone.

1 comentario:

EXTRAVIOS DE LA CONCIENCIA dijo...

Gran prosa, enorme, felicidades por su blog y un grito;
RECUPEREMOS A MARX